A UN OBISPO FERVIENTE SOBRE LA ORACIÓN

Para los Obispos.

A UN OBISPO FERVIENTE SOBRE LA ORACIÓN

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Querido señor obispo de habla hispana: Recibí tu carta con fecha 24 de enero. La leo y la vuelvo a leer y me llena de alegría, de emoción. Te salió del fondo del alma. Eres un obispo distinto. Por algo continúas siendo el único que me ha visitado en casa en toda mi vida. Ese desahogo espiritual tuyo me produce más alegría que todos los éxitos que haya podido tener. Te lo agradezco y me animo a seguir adelante en esta campaña en favor de la santidad de los sacerdotes, a pesar de que el meterme en ello me dé honda repugnancia interior, pues soy el menos indicado porque abandoné el ejercicio ministerial.

Sí; es verdad que sigo en mi alma viviendo mi sacerdocio con mayor fervor que cuando estaba dentro. Por eso estos años tengo la alegría de haber preparado a tres adolescentes alumnos para el bautismo y a más de veinte para su segunda confesión. Pero no he sabido fiel al Señor como lo son todos los sacerdotes que perseveran.

Me dices en tu carta que en medio de nuestras flaquezas y despistes echamos de menos esa intensa experiencia espiritual. Es verdad. Yo he comenzado hace años por lo más fácil, más en nuestra mano; me parece que se trata de disponerse a la entrada de Dios. He leído bastante sobre la contemplación. Me ha hecho bien. Pero voy a procurar no pretender a toda costa introducirme por estas sendas de hombres avezados a la vida interior. Eso sí, todos los días practicar mis ratos de oración y lectura.

Don XX qué árida se hace la oración. Por eso tantos la abandonan. A veces resulta casi heroico practicarla. A mí me pasa que a pesar de la aridez no podría vivir sin ella. No hay más remedio que tomar una decisión total: madrugar mucho y en pura sequedad hacerla. Luego el Señor te premia con una gran paz interior durante el día, y vives en contacto con El. Hemos de animarnos curas y obispos mutuamente a practicar la oración personal diaria.

Pienso que los fracasos de nuestras vidas radican en no haber estado suficientemente convencidos del amor de Dios hacia nosotros, de ese amor inefable, infinitamente fiel, el único que puede hacernos felices. Creer en Dios es creer en la frase de San Juan: "Dios es amor".

Nosotros necesitamos además de la amistad y del amor de la familia, sabernos amados por Alguien que nunca nos fallará, que siempre nos acompaña y nos escucha. Ahí está yo creo, el secreto del don de oración o de la contemplación o de la santidad... Otro día, más. Unidos en fe y oración

 José María Lorenzo Amelibia

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