Obispos sed santos como San Amadeo, obispo de Lausana, Suiza

 Para los Obispos

Obispos sed santos como

San Amadeo, obispo de Lausana, Suiza
* + (1110-1159) Memoria, 27 agosto

Nació en el castillo de Clermont de Chatte, en el Delfinado. Se educa en Cluny. Luego ingresa en el monasterio de Claraval, donde convivió con san Bernardo. Fue el abad perfecto para los monjes. Después de elegido obispo, enseñó a los jóvenes con ingenio. Formó un clero puro y piadoso. Y ensalzó a la Virgen María con bellos sermones.
Dejó ocho discursos marianos.

María, Reina del mundo y de la paz.- “Mira cuán rectamente, aun sin contar la Asunción, brilló en toda la tierra el admirable nombre de María, y se extendió a todas partes su esplendorosa fama, antes de que llegara su gloria a lo alto de los cielos.

Porque convenía que la Madre Virgen, aun por el honor de su Hijo, primero triunfara en la tierra, y así entrara finalmente con gloria en los cielos; convenía que antes fuera colmada de gracia aquí abajo, para subir después a lo alto con la plenitud de su santidad…

Ella, viviendo en el altísimo alcázar de las virtudes rebosando en el piélago de los carismas divinos, derramaba el abismo de las gracias en que excedía a todos, en abundante raudal para el pueblo creyente y sediento.
Pues daba saluda a los cuerpos y remedio a las almas…
¿Quién pudo jamás apartarse de Ella enfermo, o triste, o sin algún conocimiento de los misterios celestiales?
¿Quién volvió a su casa sin alegría, después de haber pedido a María, la Madre del Señor, lo que deseaba?...”
Y omito el párrafo cuarto. (Hom. VII; SC, 72,188 ss.).

La Virgen asunta. - “Elevada con clamores de gozo y de alabanza, es colocada en la gloria la primera después de Dios, entre todos los moradores del cielo.
Allí, tomando de nuevo la realidad de la carne, porque no es lícito creer que su cuerpo vio la corrupción… contempla con los ojos de la carne y del espíritu tanto más claramente que los demás, cuanto más fervorosamente que nadie, a Dios y al Hombre en una y otra naturaleza”. (Ib.).

María une a Cristo con la Iglesia. - “Por el cuello, que está sobre los otros miembros, les suministra la gracia vital de la cabeza; queda allí significada la altura de María, quien, presidiendo a los miembros de la Iglesia, une la cabeza al cuerpo; porque une a Cristo con la Iglesia y en todos va infundiendo aquella vida que Ella recibe en primer término”.
(Hom. 2. PL, 188, 1311 D).

Salva a los pecadores. - “Son reconciliados con el Hijo por la Madre cuando diariamente son sacados del lado de la miseria, del fango cenagoso, para que, de la prisión del pecado y del fondo de la iniquidad, pasen a respirar, por el don de la indulgencia, las auras de la libertad eterna.
Así, Ella reúne a los dispersos, vuelve a los alejados, salvando a los que son conducidos a la muerte y no cesando de liberar a cuantos ve que son arrastrados a los suplicios”. (Hom. 8).
Y en la homilía cuarta: - “Volvamos, pues, en nosotros y lavemos con lágrimas las culpas; pidamos a la Madre de piedad, por los secretos, gozos y amores inefables, por singular privilegio, mereciera, que nos prodigue su afecto de maternal piedad e interceda cerca de su propio Hijo por el perdón de nuestros pecados”.

Salud de los enfermos. - “No es solo salud de las almas, sino que también provee con piadosa indulgencia a la salud y necesidad de nuestros cuerpos y los cura”. (Hom. 8, De laudibus B. V. M.).

José María Lorenzo Amelibia

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