Profundizando en el celibato sacerdotal

Asociación de Sacerdotes Casados de España ASCE

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Profundizando en el celibato sacerdotal

Tan injusto sería imponer a todos mi experiencia negativa del celibato como que otros cargaran sobre los demás lo que en ellos ha sido gozosa experiencia y liberadora realización de la virginidad. Cada uno puede exponer lo suyo, pero sin imponer nada. Y en el caso del celibato clerical, de larga y penosa historia, se han impuesto el parecer del grupo triunfador en una soltería entregada. Eso en el mejor de los casos.


Existe un argumento fuerte en la mentalidad de cuantos sostienen la ley celibataria en el clero: la exigencia de cumplir unos compromisos.


- “Durante muchos años te preparaste. Con libertad hiciste una opción. Nadie te coaccionó. Debes cumplir tu promesa so pena de ser infiel y desertor de una causa noble. Has firmado un contrato con la Iglesia. No es honrado intentar deshacerlo en el momento en que aparecen las dificultades”.

Con esta mentalidad se está llevando al terreno jurídico nada menos que el desarrollo psicológico y fisiológico de muchas personas.

Estoy seguro de que los partidarios del celibato obligatorio del clero negarán la validez de esta afirmación. Es preciso que traten de profundizar sin dejarse llevar de prejuicios. ¿No es el ser humano una continua evolución y cambio? ¿Se puede asegurar que una persona a los veinticuatro años se encuentra desarrollada en todos los aspectos? La formación en los seminarios ha potenciado muchas cualidades buenas en los jóvenes. Otras muchas, sin embargo, al no disfrutar los seminaristas de un ambiente normal, han permanecido como paralizadas en un clima de hibernación. (Me refiero ahora a la formación de seminarios hasta bien entrada la década de los sesenta).

La lucha de la adolescencia. El combate e la pureza de la época juvenil, se resolvió con alegría, con sensación de triunfo. Es lógico. Al fin y al cabo, el ser humano no es por naturaleza un masturbador.

Unos años de calma, de gozosa alegría del vencedor inundan el período de la primera juventud. Al vivenciar el hermoso ideal de entrega a las almas, de la unión íntima con Cristo, con amor místico se ha creído en falso espejismo muchas veces, que la orientación de la vida ya tenía un camino claro y definido. Llega después del compromiso el momento de la madurez psicosexual . “No es bueno que el hombre esté solo, dice la Biblia. Se trata de una realidad que todos hemos vivido en nuestra propia carne. Es el momento de la lucha, de la superación.

Quisiera ahora que todos evocasen la experiencia propia y rememorasen las confidencias íntimas de numerosas personas que en el sigilo más absoluto se han confiado a vuestra discreción y consejo. El desgarro de esta lucha ha sido en muchísimas ocasiones angustioso. Había que refugiarse en la oración, en la penitencia, en el amigo comprensivo, en el confesor que guardaría para siempre el secreto, en el psiquiatra que de diversos modos obnubilaría la mente para paliar el problema.

En algunos casos se ha superado con gozo esta etapa. O sigue superándose, porque la lucha perdura hasta el fin de la vida. ¡Enhorabuena!: son los vírgenes que seguirán al Cordero por dondequiera que vaya.

Pero existen muchas almas consagradas, en las que la lucha, aun terminando en victoria, deja en el espíritu el poso amargo de la angustia; más aún si en el ambiente clerical o comunitario, no se vive en exquisita caridad. Llegan a experimentar la falta de realización personal, una tristeza vital continua. Ni la oración, ni el afán pastoral, ni el lanzarse por las vías místicas sosiegan el espíritu. No se trata de una noche oscura pasajera, estamos inmersos más bien de la idiosincrasia del sujeto: es así, porque Dios así lo ha creado. No es su camino el celibato y se siente del todo sacerdote. No poseen el carisma de la virginidad. ¿Qué hacer en estos casos?

Se dirá: con misericordia la madre Iglesia dispensa de sus obligaciones a quienes se encuentran en esas circunstancias. Que se case y que vivan también alejados del sacerdocio al que se consagraron, no por un voto de virginidad, sino por la recepción del sacramento del Orden que imprimió carácter en sus almas.

Esta solución, a mi modo de ver y de otros muchos, no es justa desde el punto de vista teológico. Un sacramento recibido da derecho al uso del mismo, según las fuentes del dogma profesado por la Iglesia. Y en particular el sacramento del orden sacerdotal imprime carácter en el alma; perdura al menos durante toda la vida terrena este sacerdocio. El dispensado queda mutilado en algo divino que recibió de Dios.

Por otra parte se priva al pueblo de Dios de elementos de fe sincera, de pastores celosos, de líderes aceptados. Cada día se acentúa más la carencia de ministros de Dios y una fuerte sangría proviene precisamente de una ley exigida sin condiciones.

Creo, y con bastante fundamento, que la vivencia del celibato es para una mayoría del clero más carga que liberación. Y carga ingrata, a veces insoportable.

José María Lorenzo Amelibia

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