La Providencia, también en la adversidad

Enfermos y debilidad

La Providencia, también en la adversidad


 “Éramos un matrimonio feliz – decía Alfredo, un hombre de fama –; habíamos tenido un hijo, Rafa, un encanto. Tres años más tarde nos llegó el segundo, Abel. ¿Qué le ocurrirá a este niño? - decíamos todos. Apenas lloraba, pero tampoco sonreía; algo extraño notábamos en él.

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Cuando cumplió dos años le diagnosticaron parálisis cerebral no severa. Nuestra vida cambió; se llenó de preocupación en los comienzos. Oscilaban nuestras almas entre la esperanza y el temor. ¿Por qué nos habrá tocado algo así? En la familia no conocíamos casos semejantes. Después, poco a poco, lo fuimos asimilando”.

 Pasaron varios años. Alfredo reconocía que aquella circunstancia dolorosa había unido a la familia de una manera total. Todos vivían pensando en Abel - el ya jovencito algo disminuido - pero feliz por el amor de todos. Era como el centro afectivo. Rafa decía en una ocasión: “La parálisis cerebral de mi hermano nos ha marcado para bien. Íbamos siempre juntos al colegio; yo era su protector. En más de una ocasión me he peleado por defender al débil. Hoy Abel se vale por sí mismo, aunque todavía ha de recibir cuidados especiales”. El padre, Alfredo está pensando en escribir un libro para alentar a personas con problemas similares al suyo; en sus conversaciones sobre el tema aparecen de vez en cuando alusiones a la Providencia.

 Y es que el misterio de la Providencia debe ser contemplado en toda su majestuosa grandeza, y normalmente lo apreciamos con el paso del tiempo. Eso sí, contemplar no es comprender; pero no siempre el Señor desvela en forma clara sus designios. La espiritualidad providencialista nos lleva a ver el amor de Dios en todo lo que sucede y a no desanimarnos jamás. Entendemos mejor nuestra vida a la luz de la fe, comprendemos mejor los sucesos de cada día, el desenvolvimiento de la historia. Si vemos el amor de Dios como la dirección constante de ese río de vicisitudes tantas veces erradas o culpables, nos parece haber ordenado las piezas de un puzle casi imposible. Hemos de dar gracias a Dios y alegrarnos por los designios de su providencia. Y eso sea cual fuere nuestra situación y la del mundo, sea cual fuere nuestro grado de comprensión de cuanto sucede. Así nos recomiendan los hombres de fe. Así lo llegó a entender la familia de Alfredo.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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