Para obispos y todos los demás. L X I V ROCIN DE LAS VIÑAS, un pueblo recoleto y muy ferviente

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

L X I V

ROCIN DE LAS VIÑAS, un pueblo recoleto y muy ferviente

Don Dimas, mi compañero párroco de Rocín de las Viñas, deseaba cambiar de destino. Residía en este despoblado barrio, entre Larmera y Arrubial, y vivía solitario en un enorme caserón. Una viuda y su hija le ayudaban como sacristanes y vecinos de la contigua vivienda.

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Me parecía que aquella soledad debía de resultarle abrumadora. El me consultaba una y otra vez si procedía salir. Juntos deliberábamos pros y contras de marcharse a una capellanía de Fuente del Río. Le costaba decidirse. Se hallaba en la madurez próxima a la ancianidad. Al fin marchó. Una vez encargado yo de sus parroquias, pensé que era justo dedicarle un homenaje. Rehusó absolutamente. No hubo modo. Hablé entonces con los pueblos para que le hicieran hijo adoptivo : les había servido durante veinticinco años. Pero la gente no se calentó. ¡Pobres!

Los dos pueblecitos me parecían llenos de religiosidad. Atendían siempre mis llamadas para toda clase de iniciativas: charlas, ejercicios, catequesis. Un hermano religioso claretiano, dedicó parte de su patrimonio a imprimir estampas y troquelar medallas de la Virgen de Rocín de las Viñas. Se convocó a los pueblos circundantes a una jornada mariana en la que distribuyó las medallas. La asistencia fue masiva.

Cuatro veces por semana visitaba mi feligresía y la atendía con mi celo habitual. La iglesia y sus aledaños parecía un cenobio de monjes del Temple. La portada era de purísimo románico. Todavía acudo allí de vez en cuando durante el verano. La sacristía me servía de despacho parroquial. En ella tomaba mi desayuno al calorcillo de una estufa de butano que coloqué. Hubo conatos por parte de una fábrica de Guipúzcoa de alquilar la casa cural para colonia veraniega de niños. No cuajó la idea por dificultades en el suministro de agua.

- Sigo con ilusión, escribía, los ejercicios espirituales. Esto no significa que el celibato me entusiasme; creo que en la elección me equivoqué. Todavía no se ha eclipsado mi amor por Araceli... Continúo estudiando poco a poco para preparar mis oposiciones a magisterio. Confío en Dios, que me ha de ayudar; estoy en sus manos. Entretanto se solucione el problema, quiero ser bueno y rendir a tope, aunque abrumado por esta cruz del celibato, superior a mis fuerzas. A veces me preocupa el problema de mi salvación: con tanta tentación de la carne... con la incertidumbre de si consiento o no en pensamientos o deseos... Confío en Dios. Señor, si es tu voluntad, ábreme las puertas del matrimonio. Y si no, dame tu fuerza, alegría y, sobre todo, paz.

No anduve buscando como loco; llegaría la ocasión. Mientras tanto, había que preparar el porvenir. Lo más lógico me parecía obtener una plaza de maestro nacional a través del concurso oposición. Una joven de veinte años, Mariví, alma pura y enérgica, estudiaba bachiller. Era muy inteligente. En ningún momento me llamó a atención como posible esposa; le tenía un afecto paternal y procuraba guiarla hacia el bien. En estos pueblos notaba, más que en los anteriores, un acercamiento hacia mí de algunas jóvenes. Ninguna de ellas me cautivó como mujer. Era yo atento con todas, sin fijarme en ninguna.

El arzobispo, monseñor Delgado Gómez, se jubiló. Le sucedió monseñor Tabera, que dejaba la sede de Albacete. Amigo personal del cardenal Larraona, todos supusimos que éste lo habría traído a Pamplona para elevarlo. Un día me encontraba junto a mi amigo J.I.Dallo en las Damas Apostólicas; estábamos de sobremesa y nos disponíamos a confesar a mis ejercitantes. Llega la noticia: "Tabera, cardenal". - Fíjate, José Ignacio, quién lo diría: Pamplona, sede cardenalicia. - ¡Cuántos actos de fe hemos de hacer! - ¿Te decepciona? - Todavía veremos cosas más raras... Si Tabera ha llegado a cardenal, nosotros podíamos ser Papa.

Gustaba don Arturo Tabera parecer sencillo. Una tarde llegó a Larmera, uno de mis pueblos. Deseaba conocer la iglesia de Rocín de las Viñas. Pero, ¿quién tendrá las llaves? No se les ocurre avisarme a mí. ¡Oh...! Llaman al bar, y humildemente su eminencia, vestido se simple cura, pregunta por la llave del templo. El secretario acompañante - paje - estratégicamente situado detrás del Príncipe de la Iglesia, decía con voz casi imperceptible: - Es el cardenal, es el cardenal... La gente quedó confundida ante tanta modestia. Al día siguiente me lo contaron.

Yo le escribí una carta en estos términos: "Querido señor Cardenal: Por mis feligreses me he enterado que ha visitado usted la parroquia de Rocín de las Viñas, a mí encomendada. He sentido que no me haya llamado para saludarme personalmente y dialogar un poco. Creo que los sacerdotes debemos tener más importancia para su obispo que las piedras viejas". No me contestó. Meses más tarde envió a todos los curas una felicitación de pascua, tan bien disimulada para aquellos tiempos, que parecía de su puño y letra. En la a mí dirigida consignó esta frase: "Para que veas que aprecio más a los sacerdotes que a las piedras viejas". ¿A quién convencería esta mísera prueba de amor? Al menos desapareció de la actividad de la diócesis el dueño del tablero de ajedrez, don Sixto Iroz. Si no valíamos mucho más que las piedras viejas, sí un poquito más que los peones de ajedrez. ¡Los tiempos cambian!

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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