Recuerdos a propósito de Mons. Sagarmínaga

Enfermos y Debilidad

Recuerdos a propósito de Mons. Sagarmínaga

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 Conocí a Don Ángel Sagarmínaga en mis años de formación en el Seminario de Pamplona. Era un sacerdote de mucho volumen físico, de una simpatía arrolladora y estaba entregado de lleno en a propagar en España las Obras Misionales. Él y su equipo, en algunas décadas, consiguieron mentalizar a todos los sacerdotes y seglares de la nación de que la Misión de la Iglesia es obra de todos, no sólo del Romano Pontífice y sus misioneros. Fue Don Ángel un hombre insigne, de gran virtud sacerdotal, mucho humor y mucho prestigio. Pues ¡a lo que iba!: Este hombre de Dios decía de sí mismo: “Yo soy una persona honrada, y me da miedo bajar a mi interior, porque me veo muy débil e indigno”. Sagarmínaga nos animaba a la virtud, a desvivirnos por las misiones, a ser seminaristas santos para después llegar a sacerdotes santos. Me impresionó su muerte, tanto como su vida. Lo vi pocos días antes tan brioso, tan fortachón. Y así se desmorona una existencia en la Tierra. Pero nos espera el Señor.

 Un hombre con estas cualidades arrastraba a la virtud. Conmovía nuestro espíritu con su verbo fácil y lleno de unción. Nos invitaba a la admiración de la vida en gracia, a entregarnos a Dios. Él como vivió, murió. Con las botas puestas. Entregó su alma al Señor en uno de sus viajes apostólicos, en un accidente del tren Talgo.

 Nos solía recordar: Por mucho que imagines, no hay hermosura ni maravilla en el mundo que pueda compararse con el amor que Dios nos tiene. Nos transforma de medio bestias a personas de gran categoría espiritual. De una manera gráfica nos dice Juan de la Cruz cómo es el amor de Dios a nosotros: “Es meter al alma en Sí mismo, la iguala consigo mismo”. ¡Casi nada! Así pensaba el gran Don Ángel, así lo vivía. De vez en cuando, Don Ángel, para no estar siempre de do mayor, soltaba un chiste, nos reíamos y seguía con su discurso.

 Cuando una persona sensible a un favor, se da cuenta de estar “en Dios”, ¿cómo reacciona? Se deshace en amor humilde, y espera una nueva gracia para amarle aún más. Esto me sucede a mí, te sucede a ti. Por eso nuestro deseo: ser del todo de Dios. Y decimos con Teresa de Jesús: “Ya toda me entregué y di. ¿Qué hace, Señor mío, el que por Vos no se deshace?” Hemos de exclamar: Soy de Dios y para Dios; para Ti mi vida y alma. Cuando quieras y como quieras puedes llevarme de este mundo, estoy dispuesto. Y Monseñor Sagarmínaga entregó en aquel accidente inesperado su vida al Señor. Su vida, que siempre nos enseñó a tenerla a disposición de nuestro Padre. Nuestra vida, de una manera o de otra había de ser para el Reino de Dios, para las Misiones.

José María Lorenzo Amelibia

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