SAN PEDRO PASCUAL, OBISPO Y MÁRTIR

Obispos sed santos como.

Para los Obispos.

 SAN PEDRO PASCUAL, OBISPO Y MÁRTIR

* España (Valencia) 1227             + España (Granada) 1300    Memoria,6diciembre

Pedro Pascual era hijo de una familia, cuya casa constituyó el refugio de todos los necesitados, y la hospedería común de los religiosos que venían a redimir cautivos. Nació en 227. Les dieron una educación muy correspondiente a los designios de la Providencia sobre i.e. Un virtuoso sacerdote narbonés, hombre sabio, fue el encargado, de la su educación. Hizo admirables progresos

San Pedro Nolasco, que conocía a esta santa familia, la presentó al rey D. Jaime. El Rey, y nombró a nuestro Santo canónigo. El Obispo de París, enamorado de su santidad y de sus raros talentos, le confirió los sagrados órdenes y le mandó que predicase el Evangelio en toda la extensión de su obispado.

Más tarde renunció a sus prebendas y vistió el hábito de la nueva Orden de la Mer­ced en el convento de Valencia, por los años de 1250. Los superio­res nada tuvieron que hacer sino moderar su fervor y poner límites a sus ansiosos deseos de abatimientos, humillaciones y penalidades.

Obispo auxiliar

 Marchó después a Granada. Visitó los calabozos del Monte Santo, vio la crueldad con que trataban a los cautivos, la falta de doctrina, y la ignorancia en los misterios de nuestra santa fe. Escribió una explicación de la doctrina cristiana, para que los cautivos que sabían leer la enseñasen a los demás. Sa­lió de Granada, dejándose allí el co­razón; recibiéndole con gran gozo en Toledo, donde pre­dicó y fue muy es­timado del Arzobis­po D. Domingo Pas­cual.

De manera un tanto extraña Urbano IV lo nombró obispo titular de Granada para que la gobernara en nombre del Arzobispo. Lo aceptó con repugnancia. Fue consagrado el año 1262, y luego se reconoció en él uno de los más dignos sucesores de los após­toles. Habiéndosele confiado el gobierno del Arzobispado de Toledo, dio principio a él por la visita pastoral. Vivió vida pobre y humilde como religioso. No hubo ciudad, villa, pueblo ni aldea que no mudase de semblante por los desvelos de semejante pastor.

Por octubre del año 1275, los moros, en odio de la verdadera re­ligión, mataron al infante arzobispo de Toledo, entre Martos y Torre Jimena. Entonces, quedando nuestro Santo libre del gobierno de aquella diócesis, resolvió ir a Granada a visitar y a asistir a sus ovejas. No siéndole posible residir en Granada, anduvo a pie con gran pobreza, predicando por gran parte de nuestra Península; en­tró por el Algarve, y corrió por el reino de Portugal; en todas par­tes hacía gran fruto y recogía limosnas para sus cautivos.    Hízole después el Papa legado suyo para con los reyes de Francia y España, encargándole que por el camino fuese predi­cando la cruzada que se había publicado contra los infieles.

En Francia

En París fue recibido con extraordinarios honores, esmerándose el Rey, el clero y el pueblo en darle las mayores pruebas de sus res­petos y de su veneración. Sus sermones hicieron en París el mismo fruto que en todas partes. Movieron y convirtieron a muchos; pero ninguna cosa le hizo tanto honor como el celo y la fuerza con que defendió públicamente el misterio de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen.

Llegó el año 1297, en que al santo obispo le pareció preciso hacer otro viaje a Granada. No sólo trabajó en la redención de los cautivos, sino que tuvo valor para emprender la conversión de los moros. Calificóse esto por delito de estado. Arrestáronle, encerráronle en un calabo­zo, y le cargaron de cadenas.

 Llegó a Jaén la noticia, y al instante lo enviaron una gran suma de dinero para su rescate. Recibióla con el mayor agradecimiento; pero, en lugar de emplear aquellos caudales en recobrar su libertad, todos los expendió en solicitar la de una gran multitud de pobres cautivos. Compuso en su prisión mu­chos admirables tratados, tan enérgicos como convincentes, para volver al gremio de la Iglesia a los infelices que habían renegado de la fe, y para confirmar en la religión a los que se mantenían en ella. Por este tiempo escribió la Biblia pequeña.

Lo asesinaron

Incitadoyamotinadoelpopulachoporlosdoc­toresdelAlcorán,acudiótumultuariamentealpalaciodelRey,pi­diendolacabezadelsantomisionero.ElPríncipe,aunquebárbaro,estimabaalSanto;temiendo,noobstante,unasedición,lesentencióaquelecortasenlacabeza.

Se cuenta que después de la sentencia le sobrevino gran tristeza, pero Apareciósele Jesucristo pendiente de la cruz, en medio de un brillante resplandor, y le dijo estas palabras: Pedro, no te asustes porque la naturaleza haga su oficio. Yo mismo estuve triste hasta la muerte la noche antes de mi pasión, y por tu amor padecí aquella amarga agonía. Con estas palabras cesaron al punto los temores de nuestro Santo.

Resumen del artículo publicado por P. Juan Croisset, S.J.

 José María Lorenzo Amelibia

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