Algunas veces mi oración consiste en ir repitiendo mentalmente himnos eucarísticos cantados cientos de veces en la misa y en las funciones eucarísticas.

Rutinas...

Pasan los años. Pero nunca pasa el recuerdo amoroso de los mejores ratos junto a Jesús en soledad o en compañía de los hermanos. ¡Qué bueno es el canto en la liturgia, repetido mil veces hasta aprenderlo bien y gustarlo! Sigue teniendo efecto aun después de muchas décadas.
Sé de memoria que Cristo está en forma impasible en el sagrario; no puede sufrir; no es un prisionero, sino de amor. Pero me duele ver tantos sagrarios abandonados que sólo se abren los domingos. Me duelen los días y noches largos de soledad de Cristo abandonado: como los cadáveres de los cementerios. ¿No será que son cada vez más los muertos en su fe?
Quisiera ahora visitar en espíritu tantos sagrarios abandonados. Quisiera amar con el corazón de todos los hombres de pueblos y ciudades que pasan del amor a Jesús.

José María Lorenzo Amelibia
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