No sé si por suerte o por desgracia me ha tocado recibir las confidencias de la novia de un sacerdote muy celoso en su trabajo pastoral. Se enamoraron totalmente, irresistiblemente, de tal manera que en la conciencia de ambos no cabía otra solución que el matrimonio en la Iglesia Ortodoxa, una doble vida o secularizarse.

Fueron analizando cada una de las posibilidades. La doble vida la rechazaron de inmediato por juzgarla inmoral, innoble y dañina psicológicamente. La secularización le repelía al sacerdote porque era muy clara su vocación y no quería tirarla por tierra. Le quedaba solo una solución, (aparte de amputar del todo su tendencia, para lo que no se sentía con fuerza).

Ha optado por cambiar a los ortodoxos. No son herejes, sino cismáticos. Piensa escribir una carta al Papa diciéndole que le respeta y le obedecerá; que solo ha cambiado por la cuestión del celibato y que espera que pronto desaparezca la ley dentro de la Iglesia y pueda retornar de nuevo.

No vamos a meternos en juicios de valor. Yo lo tengo claro: me secularicé un día y nunca me hubiera metido en una Iglesia Ortodoxa, por muy parecida que sea a la católica; hubiera sido una especie de apostasía. Lo que de verdad llega al alma es que todavía continuemos en nuestra querida Iglesia con una ley que nosotros, y millones de personas piensan debe cambiar por ser poco práctica (al menos para quien la sufre) y no nos parece muy evangélica. Es una pena que están disminuyendo las vocaciones y sin esa ley habría muchas más. Esa es la realidad. ¿Hasta cuándo continuaremos así? Señor, dadnos sacerdotes santos, lo cual no es lo mismo que sacerdotes solteros.

José María Lorenzo Amelibia
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