San Alberto Magno, obispo dominico y doctor de la Iglesia

* Alemania (Lauingen) 1200?      + Colonia 1280       Memoria 15 de noviembre

San Alberto es uno de los grandes genios de Occidente, santo de gran prestigio para la Iglesia y para la humanidad.

Era Alberto muy religioso por la gracia de Dios. Cayó enfermo de gravedad e hizo el voto de, si curaba, ingresar en el convento dominicano. A pesar de que alguien le disuadía incluso pidió dispensa del voto, él persistió: esa era su vocación. Probablemente Bolonia fue la acogedora de este joven dominico. Corría el año 1223. Bebió a raudales la doctrina de Santo Domingo y la hizo sustancia de su espíritu. Adquirió suma facilidad para las ciencias sagradas; sus compañeros lo apodaron con el calificativo de “El filósofo”. Él no se lo creía: era humilde y afable, muy sencillo.

 Fue gran profesor y escritor

Uno de sus grandes rasgos geniales es el carisma de verdadero apóstol para persuadir sin ninguna violencia. Iluminaba a todos; enriquecía la vida espiritual de cuantos escuchaban sus clases y pláticas. Gran intelectual, reivindicó, frente al fideísmo, la autoridad de la razón humana en el ámbito de las realidades del mundo. Llegó a escribir: “Cuando están en desacuerdo, hay que creer en Agustín con preferencia a los filósofos, en lo concerniente a fe y costumbres. Pero si se tratara de medicina, yo creería a Hipócrates o Galeno; y si se tratara de física, yo creería a Aristóteles, porque era quien mejor conocía la naturaleza”.  Él supo colocar la filosofía al servicio de la teología.

 Y llegó a obispo

Pero Alberto no era un simple científico, ante todo era un hombre de Dios, un santo de cuerpo entero. Porque lo veían sacerdote de gran virtud, lo eligieron en Worms provincial de toda Alemania. Supo desde allí impulsar a sus hermanos a llevar a cabo la obra evangelizadora, desde la más estricta pobreza. Y desempeñando este cargo predicó, por indicación del Papa, a obispos y cardenales.

  En 1259 ó 1260, fue ordenado obispo de la sede de Ratisbona, cargo que dejaría poco después habiendo remediado algunos de los problemas que tenía la diócesis. En 1263, el Papa Urbano IV aceptaría su renuncia, permitiéndole volver de nuevo a la vida de comunidad en el convento de Wurzburgo y a enseñar en Colonia.ParticipóenelConciliodeLyón,calificadocomoecuménico.

 Su actividad pastoral fue extraordinaria; gracias a él cambió radicalmente la vida en una gran paz entre los nobles, deseos de santidad entre los sacerdotes y gran celo por la extensión de Reino de Dios. En estos tiempos el Papa le mandó predicar la cruzada en su nación. Y cansado de tanto trajín, pidió a Clemente IV reintegrarse en la vida religiosa y dejó mitra y báculo. 

Fue un gran místico

 Supo asociar íntegramente la vida contemplativa con la activa; de ahí tanta eficacia en su actuación. Bajo su influyó brotó en toda Alemania una nueva floración de vida mística. Nos dice sin ambigüedades: “La perfección más sublime del hombre en esta vida es unirse a Dios… de tal manera que nada sienta ni entienda sino a Dios, y a todos sus afectos, unidos en el gozo de amor, y descansen suavemente en la sola fruición del Hacedor”.ConvienereleerestacitaparasentireldeseodeenfrascarseenesteamorunitivoconDios.

 Y se le atribuye también a San Alberto esta sentencia: “Aceptar de las manos de Dios el amor y el dolor con perfecta humildad; reconociendo uno y otro como dones de la Providencia, vale más para la salvación del alma que quebrar sobre nuestras espaldas una carreta de varas de abedul”.

  ¿Murió a la edad de 87? (o 74) años, cuando se hallaba sentado conversando con sus hermanos en Colonia. Antes había mandado construir su propia tumba,

 José María Lorenzo Amelibia

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