San Cutberto, Obispo de Lindisfarne 2ª parte
Obispos sed santos como...
| José María Lorenzo Amelibia
San Cutberto, Obispo de Lindisfarne 2ª parte

Danos, Señor. obispos santos
Arzobispo de Canterbury
En la Pascua de 685, fue consagrado en York Minster por san Teodoro, arzobispo de Canterbury. Como obispo, el santo «continuó siendo el mismo hombre de antes», para citar a su biógrafo anónimo. Los dos años de su episcopado los empleó principalmente en visitar su diócesis, la que se extendía por el oeste hasta Cumberland.
Predicó, enseñó, distribuyó limosnas e hizo taitas curaciones milagrosas, que mereció durante su vida el nombre de «el Taumaturgo de Bretaña», título que mantuvo después de su muerte, debido a las curaciones efectuadas en su sepulcro.
Al hacer su primera visita a Carlisle, a las pocas semanas de su consagración, reapareció de la epidemia siguió que a una derrota militar y fue tan severa, que muchos poblados quedaron completamente desiertos. El buen obispo, sin ningún temor, anduvo entre sus fieles administrando los sacramentos y grandes consuelos a los enfermos y a los moribundos; su sola presencia devolvía la esperanza y con frecuencia la salud. En cierta ocasión, reavivó con un beso al hijo de una viuda, en el que la vida parecía haberse extinguido.
Los trabajos y austeridades, sin embargo, habían minado la constitución de san Cutberto, quien se dio cuenta de que no iba a vivir por mucho tiempo. Después de una visita de despedida a su diócesis, dejó el báculo pastoral y, tras de celebrar la Navidad de 686 con los monjes en Holy Island, se dirigió a su amado Farne para prepararse a morir.
«Me enterrarán -dijo- envuelto en el lienzo que he guardado para mi mortaja». «Tened un mismo pensamiento en vuestros concilios, vivid en concordia con los otros siervos de Dios; no despreciéis a ninguno de los fieles que buscan vuestra hospitalidad; tratadlos con caridad, no estimándoos mejores que otros que tienen la misma fe y con frecuencia viven la misma vida. Pero no comulguéis con aquellos que se aparten de la unidad de la fe católica. Estudiad con diligencia, observad cuidadosamente las reglas de los padres y practicad con celo aquella regla monástica que Dios se ha dignado daros por mi medio.
Dicho esto, recibió los últimos sacramentos y murió lleno de paz, sentado, con sus manos levantadas y sus ojos mirando hacia el cielo.
Beda dice: «Estuvo inflamado por el fuego de la divina caridad; consideraba equivalente a un acto de oración el aconsejar y ayudar a los débiles, sabiendo que quien dijo 'Amarás al Señor tu Dios', también agregó 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler
José María Lorenzo Amelibia
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