Para obispos y todos los demás. LXII LOS ÚLTIMOS PUEBLOS LOROÑO NUEVO DESTINO.

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

LXII LOS ÚLTIMOS PUEBLOS

LOROÑO NUEVO DESTINO.

DIA DE CRISTO REY. Regreso de Fuente del Río, donde he dirigido unos ejercicios espirituales a jóvenes seminaristas. En Maritorta me espera José Miguel Gamboa, el de la misión de Sevilla. Me va a acompañar a la toma de posesión de mi nueva parroquia de "El Salvador" de Loroño. El pueblo espera dentro de la iglesia, llena hasta los topes, como en las mejores fiestas.

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Cristo Rey

Entramos con sencillez hasta el presbiterio. José Miguel lee el texto del nombramiento, y paso a la sacristía para revestirme para la función eucarística. Pronuncio unas palabras de saludo. La gente aguarda, una vez terminado el acto, para el contacto personal. Encuentro muy distintas a estas personas con relación de las deL Segundo Valle; mayor apertura en el trato.

Al atardecer, me siento en el confesonario; durante tres o más horas imparto absoluciones. Pocos dejaron de comulgar el día de Todos los Santos. Marchamos a rezar responsos al cementerio. El párroco anterior hacía poco más de un mes que había muerto. Flotaba su nombre en las conversaciones. Todos quisieron rezar por él en aquella fecha. Saludo a don Jorge Roldán, el cura del vecino pueblo de Rocín de las Viñas, con quien me relacioné muy bien. Saludo a los frailes de Arrubial, capellanes de las religiosas del Sagrado Corazón. Ellos me suplirían en las ausencias. Tenía suerte.

La Navidad se acercaba. Había mantenido contacto con la juventud en diversas charlas y coloquios. Ensayamos reunidos unos cuantos villancicos. El día de Noche Buena, al atardecer, recorrimos las calles del pueblo en alegre serenata. Alegró mucho la iniciativa a los feligreses.

La casa parroquial no parecía tener las características de la anterior, pero por su amplitud, desvanes y bajeras merecía considerarse como una buena vivienda. Junto a ella, en la parte sur, un pequeño patio de unos cien metros cuadrados. Decidí convertirlo en huerta. De ella obtenía verduras gran parte del año. Yo mismo cultivaba el terreno. Me servía de sano ejercicio. En el piso alto de la casa, dominando viñas y olivares, se encontraba una terraza cubierta. Echado yo en la cama turca, podía tomar el sol incluso en invierno. El portal me servía de garaje. A la izquierda y derecha, las antiguas cocinas y establos. Un pozo profundo me llamaba poderosamente la atención. ¿Habría armas de las guerras carlistas en el fondo? La gente decía que otros curas lo utilizaban para conservar bebidas y carnes en tiempo de calor. El enigma se resolvió una tarde en que mi visitó mi sobrino Paquito con su amigo. Descendió éste a la profundidad. Allí no encontró nada. Tampoco había un paso subterráneo.

Amenizaba yo las festividades con unos altavoces colocados en el balcón que daba a la plaza. Allí celebraban el baile los días de fiesta, por la Ascensión. No me ponía nervioso por la noche. Con tranquilidad tomaba una novela, y me quedaba leyendo hasta que todo el ruido cesaba. Visité a todas las familias durante las largas veladas invernales. Observaba que se reunían varios vecinos en la misma casa para charlar amigablemente. Les gustaba mucho hablar. Tal vez demasiado. Polo opuesto a los feligreses anteriores.

Los primeros días residí en casa del alcalde, Sabino López, solterón empedernido que vivía con sus hermanos Luisa y Jesús, también pertenecientes a la misma cofradía. Tenían muy en el alma el sentido del ahorro, y su fortuna era pingüe, de la mejores del pueblo. Educados y atentos, se podía hablar con ellos. Conmigo fueron generosos.

El señor Dimas era mi vecino; hombre religioso, amable y simpático. Regaló a la casa parroquial unas mamparas que servirían para separar mi dormitorio del despacho particular. Poco le producía a Dimas el ser primo - hermano de Huarte, el potentado navarro. Él con su propio esfuerzo elevó el nivel familiar. Casado con una viuda, una vez fallecida ésta, tuvo que emigrar al pueblo de su hija. Pero no voy a describir tipos y personas. Podría ser otra obra posterior a esta autobiografía. Como en todas las partes, mi felicidad la encontraba junto a la pequeña grey. Seguí con mis costumbres pastorales anteriores: los niños, mis amigos y colaboradores. También los premiaba llevándolos por turno a ver el cine a la Ciudad. Coloqué una mesa con libros y revistas para fomentar la lectura buena. La gente los usaba. De algo sirvió aquella iniciativa.

Junto al sagrario puse un libro en que anotaba todas las intenciones de mis feligreses y las mías. Muchas tardes, mi visita al Señor la dedicaba a leer aquella letanía de recuerdos. Todas personas que me pedían oraciones quedaban consignadas. Así no las olvidaba. Aquel manuscrito era una lámpara viva ante el sagrario.

Héctor, el carpintero de Rumos, mi antiguo pueblo, realizó la obra de disponer el altar para las celebraciones cara al pueblo. Quedó perfecto en las dos parroquias, y gasté poco dinero. Trabajaron los hombres, ayudando con su prestación personal. Todo fue muy hermoso.

Me visitaban más los amigos Paco, José Ignacio y Jesús. Con relativa frecuencia pasábamos la tarde juntos. También con mi familia de la Ciudad manteníamos mayor contacto. Un par de veces por semana habíamos de dirigirnos a la ciudad para proveernos de subsistencias. En el buen tiempo paseaba por las eras situadas detrás de la iglesia; al atardecer rezaba allí el breviario con devoción. Contemplaba como fondo de trascendencia la Sierra que saludaba al cielo en beso de alturas. A mis pies se deslizaba la carretera con circulación moderada. Este conjunto contrastado de naturaleza y vida activa del hombre, causaba en mi alma mayor paz que la soledad absoluta y silenciosa de las montañas. Del fondo de mi espíritu brotaba el mismo deseo de los discípulos del Tabor: "Qué bueno es estar aquí".

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.


José María Lorenzo Amelibia


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