Vacaciones de estudiante, de jubilado y eternas

Enfermos y Debilidad

Vacaciones de estudiante, de jubilado y eternas

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Muchos lo recordarán con cariño y añoranza: la expectación de las vacaciones en los tiempos de estudiante. Estábamos internos en el Seminario; cuando faltaban pocos meses para las largas vacaciones estivales, poco a poco se iba formando ambiente entre nosotros. No nos quejábamos del reglamento duro impuesto con férrea disciplina, pero nuestro deseo era vernos libres de tanto estudio, filas y silencio, durante cien días; ¡lo más parecido a la eternidad feliz! Varios amigos contábamos los días que faltaban; los multiplicábamos por veinticuatro y sabíamos las horas. Incluso hallábamos los minutos y segundos para gozar al día siguiente con la resta. ¡Ya falta menos!

Nuestros grandes santos han obrado de modo parecido esperando la fiesta eterna, la visión permanente de Dios. “En tu luz, Dios mío veremos la luz”- nos dice el salmo 110. En el mundo contemplamos a Dios como en un espejo, como un enigma; después en la eternidad lo veremos cara a cara, nos dice San Pablo. Cada uno vive donde ama, el avaro en el dinero; pero quien tiene el corazón puesto en Dios, vive en Él, para Él; y la muerte hará que vaya a gozar de Dios para siempre. Es bueno soñar el estudiante en sus vacaciones, mejor acariciar en el alma la hora de encontrarnos con el Señor; los ojos de Dios se fijarán en mí y en ti; y en Él veremos las maravillas de su gloria. Desde ahora comenzamos a anhelar aquellos momentos.

 Sor Isabel de la Trinidad decía poco antes de expirar: “Voy a la luz, al amor, a la vida”. Muchas poesías y texto de Teresa de Jesús nos hablan del deseo de la muerte; escogemos uno entre cientos: “Todo se me olvida con el ansia de ver a Dios. Mi deseo es morirme; ni me acuerdo del purgatorio ni de los muchos pecados cometidos, por donde merecía el infierno”. Y piensa en la misericordia de Dios, “ya que mis deseos son morir por Él”. Estas ideas las lleva muy grabadas en el alma, y con frecuencia las trascribe en sus escritos y más aún en las poesías. Y no lo considera como idea triste y resignada; todo lo contrario, con gran alegría e ilusión porque será su felicidad sin término. Algunas veces exclama: “Tiene el alma unas ansias grandísimas de morirse, y con lágrimas muy ordinarias pide al Señor la saque de este destierro” – dice en un capítulo de Las Moradas.

 Santa Teresa y muchos santos nos enseñaron a desear la muerte, con paz, sin dejar de cumplir las obligaciones de este mundo; de la misma manera que el estudiante desea sus vacaciones, el soldado la paz y regresar al hogar, la novia el día de su desposorio.

José María Lorenzo Amelibia

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