¿Y Vicente Ferrer?   Un santo que no será canonizado

Espiritualidad

¿Y Vicente Ferrer?  El santo que no será canonizado

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Vicente Ferrer

Tal vez nunca será canonizado. En mi corazón lo veo en el Cielo, en un lugar destacado. Su obra de amor no desmerece de la de Santa Teresa de Calcuta. Incluso en cierto sentido es mayor, porque impidió la pobreza, la enfermedad y la muerte en algún millón de personas. Vicente Ferrer es una estrella de primera magnitud. Fue jesuita y se salió. Se casó con todas las de la ley; creó una familia y su obra social de amor y de prevención la pobreza fue inmensa.

Era español, catalán, de Barcelona. Nació el 9 de abril de 1920. En el templo catedral empezó a conocer a Dios.

Siendo ya jesuita, vio la pobreza reinante en la India, y esto le impactó hasta los huesos. Empezó construyendo – incluso hacía de albañil – un hospital y un colegio. Barruntó entonces por dónde iba a orientar su vida. No era capaz de evangelizar así, por las buenas, sin hacer antes algo para mitigar el hambre y la miseria. Antes de hablar de Dios – se decía – he de cubrir estas primeras necesidades vitales.

Pero sus métodos comenzaron a no gustar a los superiores de la Compañía de Jesús ni a las autoridades civiles. Las autoridades civiles temían que aquel hombre caritativo se inmiscuyera en la vida de la gente: tarde o temprano se harían católicos y el hinduismo, la religión local, se vendría abajo. No se podía permitir la estancia de aquel hombre en la India. Los religiosos por su parte quisieron reconducirlo: que dé clases, que predique, que… pero el padre Vicente no tenía corazón para dejar morir en la miseria a aquellas personas a las que amaba desde el primer momento. ¡Y le obligaron a emigrar! Cientos de miles de personas se manifestaban en las calles y plazas de Bombay contra la salida del Vicente. La revista "Life" hablaba de él ya como del santo desconocido. Fue propuesto entonces para Nobel de la paz. Indira Gandhi tomó cartas en el asunto. Dijo: "El Padre Ferrer marchará una temporada de vacaciones, pero después volverá".

Cambio de rumbo

La Compañía quiso atarle corto, y las autoridades seguían resistiéndose a que regresara. Pero al fin se quedó en una de las zonas más pobres de la India, en Anantapur. Su corazón no podía resistir al ver tanta miseria: se creía llamado a poner remedio. Después, ya llegará con facilidad la evangelización: ante todo que la gente pueda vivir. En resumen, no fue comprendido por los superiores de la Compañía de Jesús. Él debió de sentirse frustrado en este aspecto. Pero a nadie maldijo. De nada se quejó. Lo suyo era amar, hacer algo para que aquella gente pudiera vivir.

En 1969 conoció a una mujer joven: Anna Perry, periodista inglesa, veintidós años más joven que él. Y se casaron por lo civil el 4 de abril de 1970. Enseguida lo expulsaron de la Compañía. Más tarde, en cuanto pudo, se casó por la Iglesia. Tuvo tres hijos. Moncho sigue hoy con la obra de su padre junto con Anna, la madre. Pronto, pues, estuvo en orden toda su situación eclesial. Y la obra siguió. Al menos ya no pondrían trabas sus superiores antiguos, y los civiles tampoco. ¡A seguir trabajando!

El milagro fue de la Providencia que le dio fuerza y le asistió para que no fracasara. Él siempre confiaba en Dios; jamás lo alejó de su memoria, y continuaba "sin otra luz y guía que la que en el corazón ardía". Discurrir, "pelear", moverse, pedir a Dios… todo junto y sin desfallecer. En una ocasión se le presentó un joven, tipo raro en una moto rara. Lo recibió con cariño sin saber quién era. Otro, no hubiera recibido a aquel esperpento. Pero él lo hizo con amor. La sorpresa fue enorme: aquel muchacho era hijo de una de las grandes fortunas del mundo. Al marcharse le entregó una donación pingüe. ¡La Providencia actuaba en un caso extremo! Pudo salir Vicente de uno de los grandes baches de su obra. Creó la CDT (Consorcio para el Desarrollo Rural). En España el año 96 la FEF, La fundación Vicente Ferrer. Y poco a poco, sin prisa, pero sin pausa comienzan los números de su obra, el milagro de la transformación del desierto en terreno cultivable. He aquí algunas cifras:           A lo largo de estos años se han construido, mediante su acción y dirección, 39000 viviendas; 230 embalses entre grandes y pequeños; un centro de terminales de sida; un centro de planificación familiar; 14 clínicas rurales; 1696 escuelas con 158000 alumnos de primaria y secundaria; centros abundantes para gente discapacitada; 70000 mujeres se unen para participar en cualquier aspecto de la vida; se conceden micro créditos para poder comenzar pequeños negocios. La obra hoy está en pleno rendimiento, apoyada por muchos miles de españoles que colaboran en la ONG. Pasan de dos millones y medio de personas las que gracias a este hombre de Dios ha cambiado la miseria por el bienestar relativo, la pre muerte por la vida.

            Dijo en una ocasión: «Creo que el mundo y la pobreza tienen arreglo, creo que la única solución vendrá del amor. Ésa es mi religión»

Una embolia cerebral lo dejó postrado. Después de algún breve tiempo de lucidez mental ha entregado su alma al Señor el día 18 de junio del 2009.

Su memoria no se extinguirá. Donde hay caridad y amor allí está Dios. Y en la vida y obra de Vicente Ferrer ha habido mucha caridad, mucho amor.

 Solía decir Vicente: "Yo he hecho un pacto con la Providencia y nunca me ha fallado". De todas las maneras está abonado el campo ahora para la evangelización; a sus hermanos jesuitas y otros compete aprovecharlo.

Probablemente la Iglesia no lo canonizará por ahora. Tendrán que pasar muchos años. Pero Ferrer ha hecho un gran milagro de cuarenta años: transformar a dos millones y medio de personas de indigentes en normales. ¡Milagro de amor!

Son dos casos paralelos: el de Teresa y el de Ferrer. De Teresa está ya definida su estancia por siempre con Dios en el Cielo. De Vicente, lo esperamos, incluso privadamente nos encomendamos a él. Solo un papa puede canonizarlo y creemos que, por ahora, ninguno lo hará. Dios nuestro Señor sabe quién es más santo. Yo, a los dos, aprecio, admiro, respeto y reverencio. Los dos son estímulo para mi pequeñez. Gigantes.

José María Lorenzo Amelibia  

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