La Virgen del Seminario de Pamplona… y el dolor

Enfermos y Debilidad

La Virgen del Seminario de Pamplona… y el dolor

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            Conocí el momento en que se colocó en el hall del Seminario de Pamplona una bella imagen de María Inmaculada. Había estado con anterioridad presente en el viejo cenobio de quienes se preparaban para el sacerdocio. Bien pronto la acogimos los nuevos seminaristas. Con frecuencia rezábamos junto a ella alguna hora canónica, y cantábamos una hermosa melodía que – después de sesenta años – sabemos de memoria. Todos los años, cuando varios amigos entramos en aquel recinto sagrado, nos detenemos delante de la imagen y entonamos la bella canción. Pero una estrofa siempre me ha llamado la atención por encima de todo. Confieso que hubo épocas en que no llegaba a comprenderla. Hoy sí: “Concédenos aprecio al bendito dolor, y la humildad infunde en nuestro corazón”.

 El sufrimiento es una donación que hacemos a Dios. Lo mismo la muerte, que Él premia con recompensa de eternidad. Sufrir y morir es purificación del pecado; lo llamamos expiación. Aunque tan solo fuera por eso, sería muy religioso el aceptar con paz nuestros dolores y la propia muerte. Abrazamos, pues, las molestias de la vida no por sí mismas, sino como obsequio a Dios.

 La muerte es más expiación que el propio dolor: es el ofrecimiento total al Señor del propio “yo”; mientras que el sufrimiento es donación parcial; la vida entregada a Él es donación total. Todo esto siempre es grato a Dios, porque de Él venimos, y a Él hemos de regresar. No es que se complazca en nuestros sufrimientos: sí, en nuestra entrega llena de fe y de amor. Al darnos, le ofrecemos alabanza y amor, nuestra confianza y seguridad en Él.

Además el sufrimiento elevado así a nuestro Dios, sirve para expiar con generosidad los pecados de nuestros semejantes, y mover a compasión y misericordia a nuestro Padre común. ¡Oración y penitencia! Medios bíblicos para la conversión del mundo. Abrazamos el dolor por la misma razón que la muerte; van muy unidos estos dos puntos. Y junto a ellos, el amor. 

             No sé quién compuso la canción a la Virgen del Seminario, pero yo la canto en mi interior con frecuencia; me gusta. Y hago hincapié en aquello que me costó mucho comprender: “Concédenos aprecio al bendito dolor, y la humildad infunde en nuestro corazón”.

José María Lorenzo Amelibia

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