Para obispos y todos los demás. XIL COMIENZA EL MINISTERIO

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XIL

COMIENZA EL MINISTERIO

ME NOMBRARON párroco de Abaurrea Alta, lugar muy lejano de mi familia; en los Pirineos. La noche en que me informaron no conseguía dormir. Días más tarde, cuando me hallaba en Laguardia recibiendo los parabienes de familiares y amigos, me entregan carta de mi padre. Me informaba con brevedad: "El nombramiento de Abaurrea se ha retirado". Lo habían sustituido por el de Rual, pequeño pueblecito con dos anejos, también a bastantes kilómetros de Estella. Don Miguel me asegura que son unas aldeas muy pacíficas.

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Los comienzos

Pero no pude incorporarme de inmediato. El viaje a Lourdes me ha dejado huella. No puedo andar; Mi entrada en la parroquia ocurrió en fecha curiosa: 12 de setiembre. Hacía doce años que ingresaba en el Seminario a mi primer curso de Humanidades. ¡Y ocho años de mi peregrinación maratoniana al santuario de Codés! Fiesta hoy del Nombre de María. Por la tarde, de forma inesperada, aparece Emilio en el autobús, resuelto a acompañarme en mi entrada a la parroquia.

Hemos llegado: son las siete de la tarde. Me quedo contemplando con honda alegría el pueblo. Soy su pastor. Al fondo diviso la iglesia, algo distante del núcleo rural, y un poco elevada sobre él. Está nimbada por unas nubes blancas, doradas por el sol, que se esconde. No la podría soñar de otra manera; mis ilusiones se van cumpliendo. Hace calor. Resulta majestuoso. Medito junto a mi bicicleta. Al fondo aparece un hombre gordo y de pelo blanco. Por las señas que me han dado parece el alcalde. Me saluda y voy a su casa. Viene luego Crescencio, el cura del pueblo vecino y me da un abrazo. Me acompaña a la iglesia; el calor allí resulta sofocante. Como se muera alguien esta noche - le digo a mi amigo - ¿cómo le doy la unción, si ni sé, ni tengo un libro que me indique? Crescencio me calma y se ríe. - No te apures, hombre. Que aquí nunca se muere nadie. El pueblo es muy pequeño. Pero me muestra un librito de la sacristía, por si acaso.

El pueblo vecino está en fiestas, Arnases se llama. ¡Dios mío, qué noche aquella de insomnio y fuego... Emilio me dice muy solícito: - Pon las manos entre las rodillas y te dormirás. Y así fue. Celebro la Misa de los mozos. Charlo después con ellos y con toda la gente. Y a la sombra de un chopo, me despido de mi hermano.

Ninguna familia se compromete a darme hospedaje indefinido. Al día siguiente he de marchar al obispado para que vean qué procede. Pero antes he de preparar la homilía del domingo. Menos mal que me sirve la de la Virgen de Agosto. ¡Y quedé contento de mi intervención en las tres iglesias!

Yo pastor en medio del rebaño, que no sé si me acoge. Explico al alcalde "Pensado", primera autoridad rural, mi decisión de vivir "de patrona". No dispongo de ningún familiar que se comprometa a estar conmigo en la "abadía". - En los pueblos - me dice el Alcalde - mayormente nadie quiere tener a los curas a pupilo. - No creo - contesto - que les cause molestias. Me contento con muy poco. - El otro día tuvimos concejo para tratar el asunto, y ninguno se animó. Yo lo hospedaría, pero usted ya ve que mi casa no reúne condiciones. - Me limitaré a dormir en ella y a comer. El resto del día lo pasaré en la casa parroquial. Compraré una estufa para el invierno. Traeré una mesa de casa, y allí permaneceré el tiempo que tenga libre. Soy muy aficionado al estudio y a la lectura.

Nueva sesión de concejo el domingo por la tarde; sin resultado. "Pensado", el jefe del pueblo, decía con "mucha pena": - ¡Que tenga que marchar el cura porque nadie quiera tenerlo!

Madrugué el lunes para entrevistarme con el señor Arzobispo. Probablemente sería su decisión dejar la parroquia sin sacerdote. En el momento en que desayunaba, llaman a la puerta. Sube la señora Agapita. - Muchos hijos tengo yo, pero nos van a quitar al párroco, ¿qué van a decir de nosotros? Disponemos de una habitación, pero en nuestra casa no hay servicios. Si no le importa, puede quedarse. - Encantado, gracias. Procuraré no causarles muchas molestias. El concejo decidió entregarme quince pesetas diarias, para que la patrona pudiera cobrar cuarenta, y yo no ser gravoso.

Marché a Estella a preparar la estancia. Días más tarde regresé con mi padre en una furgoneta alquilada. Transportaba una mesa, un sillón, unas cajas de libros, un baúl con ropa y algunos enseres más para rehabilitar mi despacho.

Lugar sereno, donde la paz y el silencio reinaban más que un monasterio. Allí pasaría mis largas horas de trabajo intelectual. - Si yo fuera el señor obispo - decía mi padre al despedirse - les echaría la bendición. Fue una de las últimas veces que le vi. Mi madre también nos acompañó en aquella jornada. Los domingos resultaban pesados: tres pueblos encomendados a mi pastoreo. Una bicicleta para andar por aquellas carreteras polvorientas no resultaba el mejor medio de locomoción.

Pensaba adquirir una motocicleta, pero ¿el dinero? Había oído que en el obispado facilitaban crédito para estos menesteres. Quince mil pesetas era una suma considerable. Una "Lambretta" comenzó días más tarde a surcar los caminos vecinales del Valle .

En conversaciones largas con Crescencio, el cura amigo del pueblo vecino, Dauta, aprendí la elementalísima pastoral rural que no nos enseñaban en el Seminario. Tal vez lo peor sería la falta de estímulo de superación: nada organizado en conjunto. Unicamente se practicaba allí la atención a enfermos, los funerales y, en ocasiones, la catequesis de niños.

¿Dónde quedaban los proyectos de amistad sacerdotal? ¿Cómo irradiar el grupo de compañeros nuestro fervor a toda aquella zona? Para nada se tuvo en cuenta nuestra aspiración. Mi amigo Paco marchó a la Ribera. Pedrito, a la Valdorba. Jesús, el más próximo, a Rozas, a treinta kilómetros, pero a distinto cabildo. José Ignacio se retrasó en las órdenes, por ser un año más joven, y amplió estudios en Salamanca. Al menos podría verme de vez en cuando con Jesús, el más próximo.

Polvo, moscas a millares - ¡las recogían con pala todas las mañanas en la cocina! - malas condiciones sanitarias, hicieron mella en mi cuerpo. Como en Oyón, brotaron pústulas por mi piel. Mis ojos enfermaron de tal manera que hube de abandonar temporalmente mi parroquia, y marchar a la casa paterna para recibir tratamiento médico. No podía leer ni siquiera el breviario. Dos semanas de paciencia devolvieron la normalidad a mi vista.

Despedí a mis padres. Las campanas doblaban a muerto. Pío XII había pasado a la Historia. Mi padre asistía con fervor a las misas de su hijo. Deseaba servirme de acólito. Aquel hombre que en su infancia y juventud carecía de religión, se emocionaba, lleno de fe en la Eucaristía, junto al altar. ¡Qué consuelo para mí!

Se curaron mis ojos y hube de marcharme al pueblo de mis primeros fervores. Besé a mi padre con especial afecto. No volvería a besarlo más.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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