Para obispos y todos los demás.. XXXIX SEGUNDO DE TEOLOGIA TRABAJO Y PAZ

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía

XXXIX

SEGUNDO DE TEOLOGIA

TRABAJO Y PAZ

MI SEGUNDO curso de Teología permanecerá escrito en el libro de la vida como uno de los años de mi existencia en que más he trabajado por formarme y santificarme. La paz del alma se consolidó del todo. Ya no habría crisis de ningún tipo durante el resto de la carrera. El estudio de la Teología Moral me ayudó a eliminar del todo los escrúpulos de conciencia.

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Estudiantes de Teología en acto litúrgico

Extraordinario en este sentido el tratado de Principiis. Don Juan Ollo explicaba esta disciplina. Hombre muy culto, de buen humor, tranquilo en apariencia, simpático y algo basto, resolvía muchos problemas morales que le exponíamos por la vía rápida. Con un ¡"Sí, señor. No, señor"! la duda quedaba zanjada. Me dio pena que dejara Fernando Lipúzcoa la cátedra de Dogma. Le sustituyó Jesús Lezaun. Llegaba con su doctorado fresco y su cabeza llena de sabiduría. Nos decía: - El primer año el profesor enseña más de lo que sabe; el segundo, lo que sabe; el tercero, lo que debe enseñar. Pero no acertó en este pronóstico.

El señor Rector, Mariano Laguardia, sentaba la cátedra de Escritura Sacra. En toda mi vida estudiantil he contemplado otro caso semejante pedagógico: jamás explicaba un tema sin mandarlo estudiar previamente. Su método consistía en explicar mientras el alumno repetía la lección. Gustaba escucharse a sí mismo de tal forma que no se enteraba de las conversaciones que amigablemente manteníamos por parejas. Recuerdo que Luisito Huarte nos informaba al detalle de la sexualidad animal. El bendito Laguardia seguía y seguía perorando sin percatarse de la desatención del alumnado. En alguna ocasión, no obstante, sus clases resultaban magistrales.

Digno de mención, Don Jesús García, profesor de Pedagogía catequética. Solamente recuerdo una frase de él: "Que los niños vean amor." La repitió tantas veces que en mi mente se grabó como la suprema norma educadora. Y creo que con razón. Probablemente lo único que todos los compañeros recordarán de él será la frase mencionada. Ahora que mi profesión se desarrolla totalmente entre los niños, pienso que por muchas técnicas que usemos, si no llegan los pequeños a intuir que se les quiere, habremos fracasado en la tarea pedagógica más elemental. Este sacerdote se distinguía por su fervor. Forzosamente tenía que llevar una vida interior muy profunda. Algún año, el Jueves Santo, nos dirigió la palabra en el Monumento. Nunca olvidaré el impacto que nos causó. Éste, y el profesor de Acción Católica, Don Julio Díaz de Cerio, fueron los dos maestros que me impresionaron por la unción con que hablaban.

Mi alma trabajaba en su formación con gran paz. Y así los expresaba: "Noto que tengo demasiado espíritu de queja, manifestando lo que me desagrada. He tomado la resolución de no quejarme, porque Dios lo sabe todo; El es Providencia; El permite que este superior o aquella circunstancia sean así. El Señor sabe sacar provecho de todo." La cuestión de abnegación la llevé bien, pero había de humillarme más y entrar en la intimidad del Señor cada vez con mayor amor. Los veinte minutos después de comer solía quedarme en la capilla a decirle al Señor que quiero amarle mucho, a darle gracias, a adorarle y pedirle fuerzas. De un modo suave, constante y sin descanso en mi vida interior.

Me impresionó ver a los compañeros seminaristas del curso superior convertidos en clérigos. El próximo año también nosotros subiremos las gradas del altar. Mis ideas se agolpaban llenas de emoción y certidumbre: Me parece mentira que pueda llegar para mí esa hora y que esté tan cercana. Ahora somos los seglares mayores del seminario. Siento alegría. Creo que el Señor me quiere sacerdote. De todos modos, a prepararme bien: con mi vida centrada en Cristo; con mi corazón amándole, con mi acción, sirviéndole. Todos los de mi curso estábamos emocionados. A cada paso nos repetíamos: - El año que viene, nosotros.

Digno esfuerzo a partir de diciembre en la vida espiritual. Control meticuloso. Escribí desde aquel mes todos los días en mi diario los siguientes apartados: - Plan general o idea central sobre la que gira todas mi vida espiritual en la temporada. - Impresiones, movimientos, afectos en la meditación. - Los días 7, 14, 21 y 28 de cada mes, la nota sobre el examen particular. Y luego, la media de las cuatro semanas. - Rendimiento y comportamiento durante el día. - Impresiones de la lectura espiritual, ideas que me han movido en una plática... Con meticulosidad constante cumplí durante todo el curso este trabajo interior y lo plasmé en el diario. Para guardar silencio - el caballo de batalla - sostenía el rosario en la mano. Me recordaba que tenía que llenar el vacío con mi oración a Dios. Años hubo en los que llegamos a creer en la fuerza del silencio como medio para conseguir mayor rendimiento o una íntima unión con Dios. Era hora ya de llegar a comprender esta realidad mística .

Me emociona leer detalles como éste: "Me excedo. Busco el capricho en ciertos manjares de la merienda."

Amanece el primer día de 1956. Este año comenzarán a realizarse mis sueños de hace tanto tiempo. Confío en el Dios. Llegará dentro de unos meses a ser el Señor la parte de mi herencia. Pero una pena nos inundó a los amigos: Miguel Idoate ha dejado la carrera, El era uno de los compañeros de grupo de amistad sacerdotal. Siento pena. ¡Cuánto habrá sufrido para tomar esta decisión! Sólo quiero que se santifique y sea feliz en el mundo. El es bueno. En el estudio de la noche entró en mi habitación Idoate. He procurado alentarlo y consolarlo como buen amigo. Lo encomendaré al Señor con todo mi corazón.

El sermón del comedor este año ha sido un éxito total: Los altavoces no funcionaban y he tenido que declamarlo a pleno pulmón. Nadie se ha reído. Temía que ocurriera lo del curso pasado. Al final, aprobación unánime. Los superiores me han felicitado. Me anima tener facultades para un ministerio que me atrae.

Pocos días más tarde escribía: He dirigido la palabra a los condiscípulos en una reunión. El tema era cómo hacer la vida agradable a los que nos rodean. Diez minutos de charla: todos me han dicho que les ha gustado; que resultaba interesante. Las ideas las he sacado del fichero; eso me ha dado aún más satisfacción.

Mi oración era entonces muy afectiva: "Estoy viviendo unos días muy felices en todos los aspectos. Para la meditación utilizo un librito, "Camino sencillo y corto para hacerme santo." Son ideas que calan y me uno a Dios con todo el afecto de mi alma. Vivo de lleno mi consagración al Corazón de Jesús. Mi comportamiento resulta cada vez mejor, aunque siempre he de seguir superándome."

Estrenamos máquina de cine vendida por la casa Roa de Estella. Eran nuestras delicias contemplar la cinta de dibujos animados titulada "La cabra". La sabíamos de memoria y pedimos en cierta ocasión la proyectaran al revés; lo conseguimos y el choteo fue mayúsculo. Relajaban nuestra tensión películas tan intrascendentes como "La mula Francis" o "Recluta con niño". Cuando en la proyección iba a aparecer un beso de amor, tomaron la determinación de colocar el bonete del prefecto delante del objetivo para evitar todo posible escándalo. Nunca lograron calcular la duración de la secuencia; invariablemente retiraban el casto sombrero en el momento preciso en que se retorcían los labios de los amantes.

La correspondencia epistolar con mi casa siempre era frecuente. Las visitas de Emilio suplían a veces las cartas. En ocasiones llegaba un paquete con una chaqueta de punto, confeccionada por mi madre, y algunas golosinas. Nunca faltaban los embutidos que, administrados con parsimonia, servían para el bocadillo matinal.

Vivíamos tiempos del nacional - catolicismo. Acudía en aquel curso académico el Nuncio en vista oficial, y toda la ciudad salió a recibirle. Bendecía a diestro y siniestro. Con alborozo todo el mundo aclamaba al Papa; y se le rindió homenaje señero en el frontón Labrit por ser representante del Papa.

La fiesta completa, en el Seminario. Ordenó a nuestros compañeros de acólito, y nos decía: "Amad al crucifijo; a la Eucaristía; a la Virgen. Disciplina y ciencia: estos son los ideales del buen seminarista". Marcharía emocionado.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.


José María Lorenzo Amelibia


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