Para obispos y todos los demás. XXXV TEOLOGÍA Y DON FERNANDO LIPÚZCOA, GRAN PROFESOR

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XXXV TEOLOGÍA Y DON FERNANDO  LIPÚZCOA, GRAN PROFESOR

POR FIN HA LLEGADO.

Y la ilusión más sana invade mi alma. Empiezo a andar por los corredores de Teología. Estos tránsitos han de oír mis últimos pasos por el Seminario. Por ellos marcharé feliz los días de la órdenes menores, del subdiaconado, diaconado y sacerdocio; por ellos derramaré actos de amor a Dios; en ellos trazaré planes para mi vida ministerial. Veo la campana diminuta de sonido penetrante, que acompañará mis últimas distribuciones. Poco a poco me voy acercando al sacerdocio. Llego a mi habitación en el tercer piso, en la obra nueva. Mañana veré salir el sol. Parece que era ayer cuando entraba en el Seminario con aquella chaqueta verde jaspeada, con lágrimas furtivas al verme lejos del hogar. Hoy hubiera llorado de emoción. Por fin soy teólogo; visto mi fajín negro. He comprado el birrete para las funcione litúrgicas; me sienta bien. Fumo el primer cigarro, porque desde ahora nos dejan hacerlo, siempre dentro de la habitación. Es de noche; me cuesta un poco dormir. Las luces se apagan. Mañana, día primero. Así escribía el día de entrada al pabellón que había de ser testigo de mis fervores y sueños sacerdotales.

profesor

Comenzaron las clases. Formidable Don Julián Espelosín sobre el tratado de Ecclesia. Pasaron los años de discutir sobre esencia y existencia, sobre sustancia y extensión. Decían que el Derecho Canónico, lo más difícil. No para tanto. Alegra estudiar la ciencias sagradas; las propias de la carrera eclesiástica.

La impresión de Don Fernando Lipúzcoa, excelente. Sin duda el mejor profesor de toda mi carrera en todos los aspectos. Hombre alto y serio; parece tener siempre mal humor por dentro. Algo le sucederá. Los de cuarto no se muestran muy contentos con él. Se oye en los corrillos que come filetes de tigre. En nuestro curso ha caído bien. A mí particularmente me encanta. Explica Teología Fundamental: los fundamentos filosóficos de la revelación. Llegamos al convencimiento de que la religión Católica es la única verdadera. Su lógica era aplastante. Vivo a fondo el problema religioso. Mi actitud interna es buscar todas las pegas posibles a la religión. Tengo que partir de cero; como si no creyese; como si mi fe fuera solamente en un Dios filosófico. No voy a dejar ni un resquicio; ni una duda sin exponer. Sé que estoy en la verdad, pero mi método ha de ser un tanto escéptico ante la teoría que se nos explica. Don Fernando dice que ésta es actitud honesta. La comprende y alaba.

Día tras día; clase tras clase, escucha nuestro maestro las objeciones. Con paz, con calma, sin inmutarse, con las seguridad del teólogo que sabe está en la verdad, va resolviendo todas las dificultades que le proponemos. Mucho le hice trabajar, mas en ningún momento noté en él sensación de prisa par terminar el tema que le había propuesto. No comprendo de qué se pueden quejar los cursos superiores. A veces mi temperamento espontáneo pudo molestarle. Brotaban en mí expresiones de buen humor. El las aceptaba con una sonrisa que iluminaba su natural seriedad.

Existen en mi vida gracias actuales extraordinarias: ejercicios espirituales, mis años de conversión en la adolescencia, pláticas que calaban hasta el fondo de mi alma, lecturas, amistades con compañeros virtuosos, ambiente familiar sano, superiores que me han querido y animado. Tal vez la más importante haya sido la Teología Fundamental.

El correr de los años hace enfrentarse con problemas duros; impulsa a abrir los ojos ante fariseísmos eclesiales; pone al borde del precipicio el contacto con compañeros buenos del seminario que abandonan la fe. En esos momentos no ha pesado en mí tanto el sentimiento de unos ejercicios lejanos, ni el recuerdo de las horas pasadas ante el Sagrario con consuelos de Tabor. En esos instantes surgen en la inteligencia, como sólidos pilares, las clases densas del tratado "De Revelatione" y "De Ecclesia". Ahí me apoyo. No me hundiré.

En mis años de estudios teológicos los adversarios de las tesis se hallaban lejos de nosotros en el espacio o en el tiempo. Resultaba fácil lanzar anatemas a fantasmas que habían volado de este mundo. Hoy convivimos con muchas personas a las que con el dogma en la mano habría que calificar de herejes porque niegan las presencia real de Jesús en la Eucaristía, la divinidad de Cristo, la infalibilidad de la Iglesia. Estos señores son compañeros o amigos con quienes convivimos; se relacionan cordialmente con su prójimo; creen tal vez en Dios y en Jesús, pero dejan de lado a la Iglesia - institución, y al verla deficiente en sus personas, derriban toda la estructura.

La fe depende de muchos factores, y, a través de ellos, Dios ilumina con su don. Uno de los principales ha sido en mí la inteligencia bien formada. Gracias a ello, me resultaría imposible negar el dogma cardinal en que se fundamenta mi asentimiento: Cristo, enviado de Dios, funda una sociedad, al frente de la cual coloca a Pedro, piedra y fundamento, y a los apóstoles; y les da el poder de regir y gobernar con milagros bien probados, y, sobre todo, con su resurrección, Jesús demuestra claramente que la Iglesia por El fundada es la verdadera.

Muchos dicen que la Teología Fundamental no hace creyentes. Ni lo niego, ni lo afirmo. Los caminos de Dios no son las rutas de los hombres. Sólo sé que en mí ha servido para afianzar la fe; para que no se desmorone todo un sistema de verdades y normas de vida, que en ocasiones me podrían resultar desagradables.

Una calificación de sobresaliente aprecio por encima de todas las de mi carrera: el obtenido en esta disciplina propedeútica de los estudios de Dios. En lo académico en estos años de culminación de mis estudios me fue muy bien. Exito total, con un promedio de meritíssimus. Para redondear obtuve el premio del trabajo de verano, con el tema "El Derecho de Propiedad en los Evangelios". Sin embargo no todo fue una corona de laurel. Los últimos ramalazos de las crisis, que en capítulo aparte narraré, me llenaron de angustia. Nagore me pregunta la lección. Tengo que retirarme; estoy totalmente en blanco. Nunca me ha ocurrido algo semejante. Sabía la lección, pero no conseguía romper. Ni siquiera le he dicho los días de la semana cuando me los ha preguntado. Ha sido el Sr. Nagore listo. No me ha puesto nota.

Tuvimos ocasión de escuchar al teólogo Royo Marín, dominico de fama, por sus libros de espiritualidad dogmática. Nos dejó encandilados, absortos. Veinticinco años más tarde, nadie habla de él. Duermen sus obras en nuestros anaqueles, esperando, como el arpa de Bécquer, la mano divina que los acaricie.

Apuntan mis dotes oratorias. Por turno, todos los seminaristas mayores nos veíamos obligados a predicar mientras los compañeros daban buen paso a las sabrosas sardinas en la cena. Mi sermón trató sobre "La oveja perdida", la parábola del Evangelio. Cuando lo repetía a solas en mi cuarto, me trabucaba, me sentía del todo incapaz de recitarlo de memoria, pero notaba en mí un algo que me decía: "Josemari: ésta es la tuya. Vas a pronunciar tu homilía de forma excelente". Imaginaba que delante de mí no estaban unos aburridos estudiantes, comedores de pequeños peces, eran unos cientos de personas con ansia de escuchar la palabra divina. Me animé. Pero a la vez sentía temor de no conseguir terminar y bajarme del púlpito. Me puse en las manos de Dios. Me salió un sermón bordado; como para un pueblo sencillo, hambriento de Dios. Algunos compañeros, al ver mi sermón tan espontáneo y lleno de vida, se rieron. Pero ni uno solo se aburrió. Aquella noche nadie se dio cuenta de las sardinas refritas. Me molestaron las risas, pero me aguanté. Al día siguiente me enteré de que a Don Javier Osés le gustó mucho. Mientras tanto el Sr. Laguardia - ¡el bendito rector - me hizo una crítica no mala, pero sí un tanto insulsa al temer que podía llegar algún día a ser un tanto sencillo en exceso delante de los feligreses. Por lo visto resultará mejor el memorismo tedioso, digo yo. Menos mal que me consolé unos días más tarde cuando leí en su fichero una apostilla acerca de mí: "José Mª Lorenzo... agudo y listo". Difícilmente otra alabanza me hubiera alegrado más.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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