Desde las alturas de los montes

Enfermos y Debilidad

Desde las alturas de los montes

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Alturas...

 Hasta mis setenta años he disfrutado mucho subiendo a los montes. He gozado viendo desde las cumbres paisajes llenos de belleza. Dentro de los contemplados, uno se me grabó de por encima de los demás, en los Pirineos: desde un monte de altura intermedia admiré cientos de cumbres, unas mayores, otras más pequeñas; todo inmenso. Al verme en medio de aquella grandiosidad, me sentía insignificante, pero protegido y en seguridad. Pero existe algo todavía más bello, grande y sublime, nuestro Dios y Señor.

Cuando uno gusta la bondad y maravilla del Creador, encuentra incluso las grandezas del mundo insípidas. Si entrevemos un poco las perfecciones divinas, no podremos complacernos del todo en las hermosuras terrenales; hemos de buscar más y más a Dios. Kempis advierte en quienes aman a Dios una tendencia: el deseo de salir del cuerpo para contemplar cara a cara la Majestad divina. Poco puedo hablar aquí por propia experiencia, pero barrunto que así es, como nos dicen los grandes místicos.

 Y nos vemos forzados a exclamar con David. “¿Qué hay para mí en el Cielo ni en la Tierra fuera de Ti, Dios mío?” Del salmo 72. Cuando uno siente el fuego divino, desahoga su pecho con suspiros, y pide al Señor saciar su sed de trascendencia. “¿Cuándo me será concedido ver el rostro de Dios?” Por esto personas de trato íntimo con el Señor desean la muerte para descansar por siempre en la contemplación de la Trinidad Santísima. “Queda el alma tan anhelante de gozarle del todo… que vive unas ansias grandes de morir y pide a Dios la saque de este destierro” (Teresa de Jesús). La hermosura y bondad de Dios acrecientan los deseos de verle.

 Quieren volar ya libres, que sobrevenga pronto la muerte para entrar enseguida en la eternidad feliz. Ven el tránsito lleno de alegría, con la misma ilusión que un niño cuando llega el día de Reyes. La muerte es dejar las torpezas del cuerpo y vestirse de la claridad divina. No se la teme; para el justo es un sueño, un paso, el último día de trabajos, el escalón para la inmortalidad. No puede quien suspira por la eternidad soñar con nada mejor ni disfrutar de un ideal más elevado que Dios mismo. Ya decía San Pablo: “Miro todo como basura con tal de ganar a Cristo”. (Fil. 3,8). Y Santa Teresa exclamaba: ¡Cuando veo agua, campos, flores o percibo olores fragantes o música, se me quita la gana de ver, oír o sentir… me parecen como basura!

 La fragilidad del cuerpo no nos deja ver a Dios, ni vislumbrar sus grandezas. Contentos con algunos pequeños atisbos para imaginar la maravilla de su Ser. Ciérrense mis ojos, Señor, para que os vea mi alma. Estar en silencio profundo, contemplar a Dios en el fondo del alma, y desde allí intuir un poco la felicidad futura.

José María Lorenzo Amelibia

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