Ser anciano es una dignidad

Enfermos y Debilidad

Ser anciano es una dignidad

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            A mis cuarenta y tres años, un dolor de cervicales me aconsejó acudir al traumatólogo. Me pareció que pronto me curaría, y así fue. Pero me extrañó algo que me dijo el doctor: “Esto proviene del envejecimiento del cuerpo”. ¡Y yo que me creía joven! Desde entonces he mirado el problema de los años como algo del todo circunstancial, que ha de ir viniendo, y nunca he tenido reparo en admitirlo ni he escondido la cabeza debajo del ala.

            Me gustó un artículo de Carmen Posadas. Decía entre otras cosas: “Acabo de cumplir cincuenta y cuatro años… Lo que quiero decir es que cada uno encara la llegada  a la vejez como buenamente puede y mi opción ha sido aguantar el chaparrón estoicamente y aquí estoy yo – como mis arrugas –  ¿y qué pasa?” Es verdad, ¿qué pasa? Es necesario asumir la vida íntegra, sin complejos de que envejezco y me hago mayor. A veces llegamos al ridículo como mi amigo Pedro A. que me decía gozoso: “Tengo sesenta y nueve años de juventud”. ¡No te fastidia!

            Otros – y aquí recuerdo a un antiguo compañero de profesión – son tremendamente optimistas. Se aproximaba a los ochenta y adolecía de una bronquitis crónica que daba pena. “Hoy la ciencia – me aseguraba – ha avanzado; se vive mucho; dicen que dentro de poco podremos llegar a los ciento cincuenta años. No me pillará a mí, pero pienso vivir todavía bastante…” Bueno es el optimismo; qué le vamos a hacer.  A mí me angustia solo pensar en esas edades que en realidad más que de vida serían de ancianidad.

            No me parece sano ese afán de parecer joven a toda costa; esa manía de no querer envejecer. Señoras septuagenarias que visten como mujeres recién casadas; hombres dandi que se acicalan en extremo, se tiñen el pelo y practican la manicura,  queriendo retener aquella juventud antigua que no volverá. Me gusta más asumir la realidad. Madurar y ser árbol cargado de frutos en proporción directa de los años transcurridos; ganar en sabiduría y en experiencia; ayudar a nuestros semejantes más jóvenes y necesitados de mil servicios de nuestra experiencia. Amar, amar mucho, por aquello de que “en el atardecer de la vida nos examinarán en el amor”. Y hemos de tener siempre bien presente el criterio de que la verdadera belleza no está en la piel, ni en la elegancia del vestir, ni tiene edad. Bella es la virtud, la bondad de corazón, la conciencia tranquila.

José María Lorenzo Amelibia

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