¿Es hora de que vayan desapareciendo los votos solemnes? Sin la argolla de los votos siguen muchos a Jesús

Crítica y ofertas nuevas

Sin la argolla de los votos, siguen muchos a Jesús   

votos

Un amigo cura, por cierto muy ferviente, me decía: “Si tú cometes un pecado contra la castidad, el confesor te absuelve de un pecado mortal. Si cometo yo ese mismo pecado, pesan sobre mi conciencia dos gravísimas faltas, una de ellas clasificada como sacrilegio. Y no digamos nada de un fraile: actos, que para un seglar no constituyen pecado de pobreza, para él pudiera incluso ser “pecado mortal”. Y añadía mi amigo: “¿Cómo puede ser que algo de suyo tan solo aconsejable, pueda constituir un pecado mortal en una persona, por razón del voto que emitió?” Aquella pregunta que se hacía mi amigo sacerdote me ha dado materia para pensar mucho.   

Me refiero a los votos llamados monásticos, votos religiosos o votos canónicos; las promesas  delante de la autoridad eclesiástica de cumplir los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. En estos votos precisamente se distingue un religioso de un seglar dentro de la Iglesia católica. Existen dos grados en la profesión de votos: hay una profesión simple o temporal ("votos simples") y otra solemne o perpetua ("votos solemnes"). Quien los emite tiene obligación, de suyo grave, de cumplirlos. Cuando nosotros estudiábamos moral, nuestros canonistas enseguida lanzaban el “sub gravi”; es decir que quien no lo cumpliera pecaba mortalmente. Dicho de otra manera, si no se confesaba arrepentido, se iba al infierno para toda la eternidad. Así se explicaba el sub gravi al menos hasta finalizar los años 50.

San Francisco de Sales llama a la pobreza, castidad y obediencia  las tres ramas de la cruz espiritual. Son objeto de los votos solemnes  y de los votos simples. Pero también afirma que no se requieren los votos para adquirir la perfección,  basta con que se practiquen la pobreza, castidad y obediencia. Dicen también que el voto solemne, lleva  al hombre al estado de perfección, pero existe diferencia entre el estado de perfección y tener la perfección, ya que entre los religiosos no todos son perfectos. Y para que las virtudes nos hagan perfectos, no se requieren los votos, basta con practicarlas incluso sin entrar en un convento.  

Hoy gran parte de los teólogos de la espiritualidad afirman que las nuevas  generaciones  llegan a sentir que “emitir los votos” da una vinculación especial con Dios y aseguran  la conquista de algo sagrado y dentro de una congregación,  con derechos y obligaciones que se han ido perfilando desde el noviciado hasta la profesión temporal y se rubrican en la profesión perpetua. El religioso elige el seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con un corazón indiviso, y ponerse, como Él, al servicio de Dios y de la humanidad. En el período de prueba, el noviciado,  la mente y la afectividad suelen oscilar entre la dependencia y el miedo. Se dan, sí, crisis, pero salen del agobio de la crisis fiándose de  la Palabra de Dios más que de las reglas.  Esta es la teoría y el ideal. La realidad es muy distinta.

Se interprete con mentalidad antigua o moderna, un “voto” es un compromiso consciente, y la decisión de llevarlo a cabo con intención de obligarse. Quizá por ello hay que reconocer la dificultad de asumir los votos en un mundo donde la provisionalidad y la incertidumbre están en nuestro subconsciente, y pueden encarcelarnos de por vida.

            Es evidente, pues, que “los votos son una decisión de entrega y fidelidad incondicional, y para ello es necesaria una  experiencia de Dios Padre- Amor, en lo más profundo de nuestra  humanidad, que nos permite sentirnos amados y ser poseídos por Dios”. Pero demos las vueltas que demos, siempre se sostiene que los votos obligan en conciencia.  

            Teniendo todo esto en cuenta, ¿no sería mucho mejor decidirse a seguir a Jesús, sí, en comunidad, pero sin la argolla de los votos?   “Muchas personas ven los votos como obligaciones o renuncias que son super-complicadas de vivir. Por ejemplo ven la obediencia como sometimiento, la pobreza como un doble discurso porque en la iglesia hay mucho dinero, casas, colegios, grandes riquezas poseídas en común... y la castidad como una negación a la fecundidad o a la realización de ser mujer u hombre”.

Hay quien dice que hemos hecho votos para vivir bien, tener más poder y para recibir consideración y estima y un  buen seguro de vejez. “¿Cómo hacer visible nuestra Pobreza cuando tenemos tantos medios, nuestra Castidad en tantos escándalos sexuales, nuestra Obediencia con autarquía, sumisión o dependencia?”         

Son muchos los que ponen objeciones a los votos, sí, pero también es cierto que, son muchos los que prefierenobligarse con votos para después no poder volverse atrás. Además se sienten así como formando un cuerpo con los compañeros de  religión.

Recuerdo que cuando me venían dudas en el Seminario, de si tendría fuerza o no para vivir en virginidad de por vida, yo mismole decía al padre espiritual mi deseo de obligarme con voto y así nunca podría volverme atrás. - ¡Oh la inmadurez juvenil! - Y él, con la madurez persona adulta y gran experiencia, me decía: “Ahí después está el problema: el haber quemado las naves y no poder volverte atrás. Piénsalo bien”. Por fortuna, cuando – siete años más tarde – mi crisis estaba en el cénit, casi en desesperación, salió un “motu proprio” del Papa Bueno, Juan XXIII, que permitía el matrimonio a los sacerdotes, con la condición de abandonar  el ejercicio ministerial. Más de cien mil sacerdotes en pocos años hubimos de renunciar el estado clerical para contraer matrimonio. Muchos echaron pestes contra nosotros. Otros muchos – los más –decían: ¡“Qué valientes han sido para luchar contra el ambiente y buscarse un puesto de trabajo”!

Cuanto más vamos madurando en la fe, vemos el problema de los votos con más espíritu crítico. En los últimos tiempos se dan ya en la Iglesia movimientos hacia una vida consagrada a Dios sin necesidad de ataduras innecesarias, seguir a Jesús sin echar la vista atrás, como lo hacían los Apóstoles y los primeros cristianos.

Conozco la obra del  padre Domingo Solá Callarisa, fue el fundador de Ekumene, una Asociación Pública de Fieles (según el  Código de Derecho Canónico) y son seglares, así que no tienen votos de nada. Este fundador fue sacerdote en Burgos en 1037 y fue director espiritual y rector del seminario.  Ni siquiera los miembros de Ekumene hacen promesa de permanencia en la asociación.

En 1951 creó el padre Domingo Solá las Comunidades Ekumene, grupos de personas que intentan ser para los demás signos vivos del compartir para promocionar y ser fermentos del Reino y alternativa en una sociedad que soñamos. Ponen los componentes de esta asociación en común la misión, la fe, los bienes y la vida sin otra atadura que la voluntad declarada de vivir a tope el seguimiento de Jesús. La consagración es ni más ni menos que vivir a tope el bautismo y la confirmación. No tienen votos. Son seglares. Así al parecer vivían las primeras comunidades de San Pablo.

El que se quiera marchar de la comunidad Ekumene, coge sus cosas y se va. Y ¡ya está! Son personas célibes (hombres o mujeres) al servicio de la misión de la Iglesia. Y el índice de perseverancia es grande. Los miembros de la comunidad ponen en común la vida. Viven juntos, comparten el trabajo, los proyectos, el dinero, rezan juntos... como los primeros cristianos. Y Ekumene responde por ellos en salud y enfermedad. Están muy bien organizados.

También están los de OCASHA, pero ellos trabajan más al servicio de los obispos. He conocido alguna  asociación y viven el compromiso evangélico y una vida interior mucho más auténticos que muchas congregaciones  religiosas.

En nuestro tiempo está muy en tela de juicio la cuestión del compromiso de por vida ligado por un voto, de suyo irrevocable. Urge revisar los cánones 1191 a 1198 sobre los votos; quitar ataduras inútiles y fomentar la vida común consagrada al estilo de Ekumene.

Así escribía en mi diario hace 57 años: Día 8 mayo 64, viernes. “Mientras paseo en soledad por los caminos de este pueblo pienso así: ¿En qué parte del Nuevo Testamento se ofrece la idea de votos que obliguen hasta el fin de la vida? ¿No dice más bien Jesús que no impongamos a nadie cargas insoportables, cargas que tal vez nosotros no podamos cumplir? Jesucristo nada impuso en materia de celibato: “El que pueda asumirlo, lo asuma”. Aparece claro el deseo del Maestro: que haya vírgenes en el seno de la Iglesia. Pablo así lo interpretaba y creó comunidades que vivían el celibato. Mas en cualquier momento podían contraer matrimonio, si así lo deseaban. No se trataba necesariamente de un compromiso de por vida”.

Este artículo es algo muy pensado y ponderado, y con mucha experiencia de años orientando a sacerdotes y almas consagradas que he visto arrastrando con la angustia unos votos pronunciados con fervor en su juventud. Lo escribo, no para curiosidad de nadie, sino porque tengo la esperanza de que llegue a las altas esferas que rigen la Iglesia y vayan –  ¡¡Poco a poco!! Pero sin pausa – decidiéndose a cambiar los cánones antes citados.

Josemari Lorenzo Amelibia

 José  María Lorenzo Amelibia Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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