Cuando nos ataca la enfermedad
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Cuando nos ataca la enfermedad

En el tiempo del dolor y siempre, acógenos, Señor.
Sonaba mi teléfono una de esas noches largas de invierno. La persona del otro lado me hablaba así: “Soy Santiago Corteza. Leo todas tus “Reflexiones desde la debilidad”. Gracias, porque me hacen bien. Tengo setenta años. Una enfermedad degenerativa me impide relacionarme. Por casa ando con un “taca-taca”; por la calle me llevan en silla de ruedas. Durante treinta años he sido agnóstico. Desde hace diez, el Señor me ha tocado el corazón, y ha hecho en mí el milagro de darme la fe. Ahora me traen la comunión a casa todos los días. Estoy muy contento y en paz. Si no fuera por el contacto diario con Dios, no podría vivir. Sigue escribiendo…” Continuó Santiago contándome otras cosas que no vienen a al caso. Cuando colgué el teléfono – han pasado ya casi dos años – recuerdo que me preguntaba yo:
“No es lo mismo predicar que dar trigo. Escribir un artículo no es difícil. Lo de verdad difícil es el día a día del enfermo. Yo me descubro ante ellos. Están asociados de una manera especial a la redención de Cristo”. Y le decía entonces a Jesús desde el fondo de mi corazón: “Si algún día me haces subir a la cruz, que sepa imitar a estos hombres y mujeres que nada escriben ni predican, pero son un ejemplo vivo de la generosidad de nuestro Salvador”. Por algo será que Jesús escogió el dolor como instrumento de redención.
No pensaba yo entonces que el Señor me iba a hacer subir algún día a la cruz a tomar parte, con una larga y dolorosa enfermedad, en este ejército blanco de quienes cumplen un poco en su carne “lo que falta a la pasión de Cristo”. Desde aquí deseo invitar a cuantos temporales o indefinidamente llame el Señor a acompañarle en el camino del Calvario, a que confíen y no se asusten. Cuando llega el dolor se sufre; el amor no es un analgésico. Pero el Señor premia con una gran paz interior, con una felicidad, tal vez mayor que la disfrutada en épocas anteriores.
A quienes se dejan guiar por esta vocación providencial, nunca anteriormente deseada, jamás les falta una alegría serena. Parece que la fe se ilumina, la oración se torna más sencilla y el contacto con Dios es más íntimo y lleno de esperanza. Creo que ésta es la experiencia de muchos que han seguido a Jesús en los momentos más difíciles.
José María Lorenzo Amelibia
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