Nuestra capilla del Seminario Mayor de Pamplona

Crítica Constructiva y emotiva

Nuestra capilla del Seminario Mayor de Pamplona

capilla

Hay algo que recuerdo siempre con emoción. Y de  ello hago hoy una crítica elogiosa al cien por cien. Se trata de la capilla de mi Seminario Mayor, dedicada a San Miguel Arcángel de Pamplona. Allí preparé, junto al Altar, cerca del calor del Sagrario, lo que iba a ser mi vida entera: mi sacerdocio.

La veo y la contemplo en todo momento. Sigo viviendo aquellas Misas solemnes de los Domingos.  Siempre grandes, siempre emotivas. Acudíamos todos revestidos de sotana y sobrepelliz. Recibíamos a los celebrantes de pie, con la melodía gregoriana del introito. Me los aprendí todos de memoria; con una pequeña ayuda todavía los repito en gregoriano. Eran algo así como el pórtico del Cielo. Al entonarlo bastaba con dejarse elevar a las alturas en la nube de quinientas voces jóvenes, acompañadas por la armonía del órgano. Todo era bello; de verdadero paraíso.

 La celebración transcurría con pausa. Los ornamentos litúrgicos, de estilo gótico. Flores de Pascua por todas las partes. Incienso y detenida sobriedad en  la ejecución de movimientos, recitaciones y canciones.

En el momento de la Consagración salían de la sacristía seis blandoneros, portando en sus manos las hachas de cera, para honrar con la luz, la bajada de Cristo al Altar. No comulgábamos en aquella Misa, eran tiempos preconciliares. Lo habíamos hecho antes. Y  gozábamos en la recepción del Señor en el momento más importante de toda la semana.

Las vísperas eran majestuosas. Revestidos todos como en la Eucaristía matinal, entonábamos los salmos en latín; brotaba de nuestras almas la plegaria de siglos y siglos ideada por el Rey David. Oración llena de fe, de confianza en Dios, de esperanza y amor, de compunción, de adoración, de respeto y entrega.

Aquella liturgia elevaba a la trascendencia, causaba en el alma respeto y confianza, gran  seguridad de aquello que entre brumas intuimos por la fe.

 Pocas veces en mi vida he vuelto a participar en acontecimientos religiosos como los celebrados en aquella capilla de mi Seminario. Allí recibí las órdenes sagradas. Junta a aquel Sagrario dejé todos mis sueños que se convirtieron en realidad. Han pasado más de cincuenta años. Y permanece en mi alma el carácter de mi sacerdocio tan fresco como el primer día. Porque “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisec”. Lo dice el Salmo a Jesucristo. Pero él me lo participó a mí, al igual que a otros muchos compañeros que fuimos jóvenes. Hoy puedo decir como en mi primera Misa: “Me acercaré al Altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud”.

 Bendita, sí, aquella capilla de nuestro Seminario, donde fraguamos nuestra fe y entrega al Señor.

José María Lorenzo Amelibia                                         Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com              Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/  Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3                                           Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

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