El ciprés de los cementerios

Enfermos y Debilidad

El ciprés de los cementerios  

cipres

Me gustan los cipreses; me encanta ver el de Silos, tan alto; parece que va a tocar el Cielo. Dicen que este árbol es símbolo de la inmortalidad y de la esperanza. Por eso suele plantarse en los cementerios, para animar a nuestras almas y elevarlas hacia el más allá, para recordarnos que no todo se acaba aquí abajo.

Así nos decía un monje de los fervorosos, de esos que llaman la atención por su bondad y por su fe. Era cartujo: Tenía aquel sacerdote también sentido del humor, dentro de su fervor. Pronto llevó el agua a su molino en la conversación: “¿A que habéis oído alguna vez esto que os voy a contar?: Que todos los días los cartujos al levantarnos decimos cada uno al compañero más próximo: “Hermano, morir tenemos”. Y que él nos responde: “Ya lo sabemos””. Yo me eché a reír sin disimulo y le respondí: “O sea que ¿es verdad? Yo de niño lo había oído; después, no me lo creía”. El sabio monje sonrió y dijo: “Claro que no; pero si lo pronunciáramos sería dentro de una gran alegría”. Y añadió: “En buena hora me metí al monasterio; de verdad. Cada vez me doy más cuenta de que acerté con mi vocación. Vine en deseos de ofrecer mi vida a Dios y con ella cuanto soy. Este ciprés me habla de la inmortalidad y del Cielo. Gozo mucho al repetir en medio de la soledad llena de árboles: “Señor, Tú eres grande. Yo soy todo para Ti y sólo para Ti”. Y aquí he aprendido la alegría”.

            Ofrecer a Dios mi vida, y darle muy agradecido todo mi ser; todo cuanto Él me ha entregado. Te doy, Padre, todo lo mío; todo lo que soy y puedo ser, y me entrego a mí mismo. Este es mi gozo: que todo lo mío sea tuyo y para siempre. Y por supuesto, mi vida.

            Quiero que mi existencia esté, Señor, en tus manos y a tu disposición. Y no te daría una vida, sino mil vidas que tuviera. Porque todo lo mío es tuyo. Y esto lo digo con certeza plena, porque ¿qué tengo de mí mismo?: lo único, carencias, mal uso de lo que me has dado, pecado. Así que ya sabes, Dios mío: lo que quieras, cuando quieras y como quieras. Todo es tuyo, dispón a tu voluntad.

 Todas estas ideas las llevo muy metidas en mi interior. Y como consecuencia ¿qué interés puedo tener por estar en este mundo cuarenta, noventa años o unos meses o días? Yo lo que quiero es que disponga el Señor de lo suyo. Bien sencillo y pura lógica de fe. Esta es mi idea. Sé que por mí mismo no tengo fuerza para cumplir mis propósitos. Pero deseo unirme al Cuerpo Místico de Cristo, a esos monjes cartujos y contemplativos; a todo el mundo religioso que ama la trascendencia. Y que el Señor nos dé su fuerza para ejecutar de verdad estos deseos. (Escrito el 9-9-9)

José María Lorenzo Amelibia

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