El consejo de un obispo a sus curas jubilados

Enfermos y Debilidad

El consejo de un obispo a sus curas jubilados

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 Curas jubilados

Me contaban que, hace unos días, tres curas próximos a los ochenta marcharon juntos a su obispo para que les dispensara de sus labores pastorales. Estaban ya cansados, con muchos achaques y querían disfrutar del merecido descanso. El prelado los recibió con bondad; charlaron un rato, y al despedirles les dijo: “Ahora a prepararse para la eternidad”. Esta frase salió a la luz pública y fue objeto de los comentarios más diversos. Muchos, con humor macabro. Otros, en plan de broma. Ninguno de ellos con seriedad. Y parezca lo que sea a quien sea, la realidad es esa para todos: viejos y jóvenes. Debiéramos prepararnos y desear la luz de la Gloria. A fin de cuentas, para eso estamos en el mundo; para eso nos ha creado Dios; esta vida es corta, llena de calamidades y un breve comienzo de la total. 

Nadie desea la destrucción del cuerpo; pero todos los creyentes esperamos algún día ir a Dios. Mas… que tarde, que tarde, – me decía una señora – no hay ninguna prisa. En el instinto llevamos el deseo de vivir con gusto y calidad: como las plantas que dan muchas flores y al final pingües frutos. Los santos querían la vida perfecta, con vistas al Cielo definitivo. Su intención era que al final de esta vida llegara la luz; beber de las aguas puras de la bondad divina. Para ello había que morir: ¡pues bendita muerte!

 Santa Teresa cantaba de mil maneras estos anhelos de eternidad: “Véante mis ojos, dulce Jesús bueno. Véante mis ojos, muera yo luego”. Pensaba con frecuencia en la felicidad futura. Nos dicen que, cuando oía las campanadas del reloj cada nueva hora, se alegraba al pensar: “Una hora menos para ir a Dios”. En algunas ocasiones Dios le mostró en la oración algunos atisbos del Sol eterno; algún destello de su hermosura. Y llegó a cantar con ilusión: “¿Quién es el que teme – la muerte del cuerpo – si con ello logra – un placer inmenso?”

 Ahí queda eso. Hermano, es bueno pensar de vez en cuando en nuestra vida futura. Ni chistes macabros como aquellos clérigos de buen humor; ni rehuir el pensamiento del más allá como tabú, digno de ocultarlo en el baúl del desván. Esperanza y amor. Afortunadamente vivimos en la gran esperanza de que el dolor desaparecerá un día. El Señor nos aguarda.

José María Lorenzo Amelibia

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