Hay crisis muy duras
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Hay crisis muy duras
(Men Solutions)
En la adolescencia nos decían que estábamos en crisis cuando en nuestro ánimo se prolongaban durante varios meses esos momentos duros en que parece tambalearse todo el andamiaje interior. Pero estos trances no solo ocurren entre los adolescentes; también los adultos, con mayor o menor frecuencia, transitamos por estos valles de tinieblas. En cierto sentido aún resultan más enojosos los días críticos en las personas mayores. Porque mientras sufrimos nuestro martirio interior hemos de mostrarnos serenos y ecuánimes para dar ejemplo en todos los estamentos.
Muchos superan las crisis echando tierra encima y tratando de olvidar. Es una época para ellos muy a propósito para distraerse: el bar, los amigos, la tele, el sin número de cebos que la vida moderna nos ofrece. Y no digo que esté mal utilizar la honesta distracción para relajar un poco el espíritu. Pero cuando llegan los momentos duros de verdad, es necesario hacerles frente cara a cara: pérdida de salud, un ser querido que se nos va por la muerte o lo que es peor por abandono malicioso, reveses de fortuna, traiciones en la amistad, problemas personales de estrés, o desengaño en los principios más íntimos… No es suficiente en casos de estos ver una película evasiva o sacar crucigramas o sudokus.
Para superar estas crisis hace falta ante todo un esfuerzo de voluntad; decidirse a no perder el tiempo en lamentaciones, después de un desahogo con personas de total confianza. Algunos dicen: “Si Dios quisiera cambiar mi suerte…”, pero olvidan aquello de que Él escribe derecho con renglones torcidos. Es cierto que Dios puede mejorar nuestra situación. Pero tal vez sería mejor ponernos en sus manos. ¡A lo que Él quiera! De esta manera nuestra alma saldrá fortalecida al superar esta prueba. ¡El gozo sería completo tras la probación en la auténtica fidelidad! Como lo fue en Job.
Es también grande el sufrimiento al comprobar nuestra gran limitación para el pleno rendimiento del trabajo diario, cómo aumentan las dificultades. Nos da tristeza constatar que el vigor anterior va desapareciendo. Pero la debilidad puede convertirse en fuerza inmensa y procurarnos una mayor aptitud para servir a Dios. Recordamos aquello de San Pablo: “Cuanto más débil me encuentro, más fuerte me siento”. Porque la debilidad reconocida con sencillez llama a la ayuda divina. La debilidad es un peligro cuando la consideramos con solo criterio natural, pero si elevamos el corazón a Dios, confiamos del todo en su ayuda.
El santo Padre Nieto, cuando se le presentaba un seminarista asustado por las dificultades le decía. “Nuestra fuerza está en el Sagrario. Vete a la capilla, pídele al Señor con fe y vuelve a decirme cómo te encuentras”. Casi siempre el estudiante regresaba confortado y resuelto. Quien pretenda ser santo debe abandonarse en los brazos de Dios. “Cuanto más débil me encuentro, más fuerte me siento”.
José María Lorenzo Amelibia
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