Un ejemplo de mi amigo Morentin

Enfermos y Debilidad

 

Un ejemplo de mi amigo Morentin

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Me gusta recordar el buen ejemplo de mis amigos; lo hago con frecuencia. No me suelo atrever a escribirlo mientras ellos viven, pero una vez que se han ido, me parece justo hacerlo. Esto no quiere decir que los catalogue en el martirologio de los santos, sino simplemente un testimonio bueno de su vida, y se acabó. A la comisión pontificia de la causa de los santos compete juzgar en este terreno. Pero voy al grano. Hoy me viene a la memoria Francisco Morentin Guergué. Era un cura majo, simpático, dirigió Ejercicios Espirituales durante muchos años.

 El amigo Morentin me dijo en distintas ocasiones: “Yo pocas veces he deseado morirme, pero te puedo asegurar que en todas esas ocasiones me encontraba muy feliz, muy cerca de Jesucristo, muy ferviente, en un estado maravilloso de vida interior. Y en esos momentos, deseaba morir para ir a Dios”. Lo malo es que no son muchos los testimonios directos que tengo de amigos y compañeros de este tenor. Por desgracia me ha tocado más en mi vida ayudar a personas deprimidas, que deseaban morir ante la desesperación de una vida sin aliciente. Y esto no es bueno. Es harina de otro costal.

¿Desear, pedir la muerte? San Pablo lo hacía. Los santos deseaban llegar a ver a Dios en su gloria; codiciaban la vida que es todo luz y sin sombras. Pablo decía estas palabras: “Es necesario que este cuerpo corruptible sea revestido de incorruptibilidad y este cuerpo mortal de inmortalidad”.  Y añadía: “La muerte ha sido absorbida por la vida. Demos gracias a Dios que nos ha dado victoria contra la muerte y el pecado por la virtud de Nuestro Señor Jesucristo”. Él deseaba morir, pero a la vez le pedía al Señor continuar en este mundo para seguir predicando el Evangelio. Si le hubieran dado a elegir, casi seguro que hubiera escogido seguir trabajando aquí, porque era grande su celo. No obstante, exclamaba de vez en cuando: “Tengo deseo de verme libre de las ataduras de este cuerpo y estar con Cristo”. “¿Quién mi librará de este cuerpo de muerte?” ¡Llegar a la patria verdadera donde tenía el corazón! ¡Qué bien pensaba San Pablo; yo le envidio!

Otro santo, San Agustín pensaba que era locura preferir la cárcel a la libertad.: “Se nos promete la vista de la belleza – decía -; de ella reciben hermosura las cosas bellas; en su comparación son feas todas las hermosuras”. ¡Oh la muerte! La más temida enemiga del hombre para la mayor parte de la gente. Pero ha sido vencida y transformada por Cristo. Me levantas de esta tierra de discordia para llevarme a la paz de la gloria. Verme libre de las ataduras, Señor, y llegar a ti: ojalá lo sintiera de verdad, del todo como tus grandes santos, como mi amigo Morentin en aquellos atisbos que tenía de Cielo.

José María Lorenzo Amelibia

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