El espíritu del ministerio sacerdotal

Informa ASCE

Asociación de Sacerdotes Secularizados ASCE

El espíritu del ministerio sacerdotal



“Con la gracia y la paz en el corazón, el sacerdote afrontará con magnanimidad las múltiples obligaciones de su vida y de su ministerio, encontrando en ellas, si las ejercita con fe y con celo, nuevas ocasiones de demostrar su total pertenencia a Cristo y a su Cuerpo místico por la santificación propia y de los demás. La caridad de Cristo que lo impulsa (2Cor 5, 14), le ayudará no a cohibir los mejores sentimientos de su ánimo, sino a volverlos más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo, el sumo Sacerdote que participó íntimamente en la vida de los hombres y los amó y sufrió por ellos (Heb 4, 15); a semejanza del apóstol Pablo, que participaba de las preocupaciones de todos (1Cor 9, 22; 2Cor 11, 29), para irradiar en el mundo la luz y la fuerza del evangelio de la gracia de Dios (Hch 20, 24)” (Sacerd. Caelib. n. 76).
Comparto este párrafo, con una salvedad: “los mejores sentimientos de su ánimo” no se “vuelven más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo”, por el celibato, como supone el texto. En celibato o en matrimonio “los mejores sentimientos” del alma “se vuelven más altos y sublimes” cuando están inspirados y movidos por el amor. Él es el don principal del Espíritu, que “consagra” y lleva a “imitar a Cristo”. El celibato por sí mismo ni consagra ni imita a Cristo.

Defensa de peligros con ascética “verdaderamente viril” (¡perdonen las mujeres!)
“Hay que defenderse de aquellas inclinaciones del sentimiento que ponen en juego una afectividad no suficientemente iluminada y guiada por el espíritu, y guárdese bien de buscar justificaciones espirituales y apostólicas a las que, en realidad, son peligrosas propensiones del corazón” (n. 77).

Como ven, hay que desconfiar de las “inclinaciones del sentimiento”, “la afectividad”, “peligrosas propensiones del corazón”. A partir de la promesa de celibato, la personalidad del clérigo queda cercenada: no podrá vivir con libertad, sus sentimientos no podrán aflorar, deberá ser reprimido cualquier asomo de enamoramiento. Su afectividad sólo es “iluminada y guiada por el espíritu” si se atiene al celibato. Para ello necesita la llamada ascética “viril”:
“La vida sacerdotal exige una intensidad espiritual genuina y segura para vivir del Espíritu y para conformarse al Espíritu (Gál 5, 25); una ascética interior-exterior verdaderamente viril en quien, perteneciendo con especial título a Cristo, tiene en él y por él crucificada la carne con sus apetitos y concupiscencias (Gál 5, 24), no dudando por esto de afrontar duras y largas pruebas (cf. 1Cor 9, 26-27). El ministro de Cristo podrá de este modo manifestar mejor al mundo los frutos del Espíritu, que son: “caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gál 5, 22-23)” (Sacerd. Caelib. n. 78).
La defensa a ultranza de la ley celibataria lleva a errar y a manipular textos bíblicos. Aquí tenemos un ejemplo evidente. Llamar “verdaderamente viril” a la ascética clerical occidental es un disparate mayúsculo. Mayor, en la cultura actual. Los textos paulinos aducidos se refieren al conflicto de todo cristiano entre el “espíritu” y la “carne” (en griego ”sarx”). “Carne” no significa “sexo” en absoluto. Significa la persona en cuanto a su “debilidad moral”. Algunos lo traducen por “egoísmo”, “bajos instintos”, “naturaleza pecaminosa”... Basta observar sus acciones negativas: “lujuria, inmoralidad, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, ira, rencillass, divisiones, disensiones, envidias, borracheras, orgías, y cosas por el estilo” (Gál 5, 19-20). Célibe o casado, el cristiano se dejar guiar por el Espíritu, cuyos frutos son “caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gál 5, 22-23)”. No hay “pertenencia, con especial título a Cristo,” mayor que el bautismo del Espíritu.

Rufo Gz.

José María Lorenzo Amelibia  

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