El estrés malo

El estrés malo

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Estrés y  dolor

Mi compañero Germán había sido un profesor muy estricto, casi duro: de aquellos que exigían en invierno para la clase de Ciencias Naturales llevar a los niños de doce años arañas en la ciudad. Y allí no había establos con abundancia de estos artrópodos. ¡Qué mal lo pasaban los alumnos! Pero con el tiempo cambiaron las tornas: vi un día compungido y triste por la calle a aquel maestro severo. “Estoy con estrés – me dijo – no puedo hacer carrera con mis alumnos. No sé si es la democracia o qué.” Como Germán hay muchos trabajadores hoy, y no precisamente antiguos tiranillos abusones de alumnos.

Muchos profesionales se acuestan con miedo de no poder dar al día siguiente la talla exigida; son incapaces de descansar, y la presión les intimida a todas las horas. Están padeciendo de estrés, de esa mala enfermedad psicosomática bautizada con este nombre en el siglo XX por médico Hans Seyle. Personas sufridoras a causa de la desproporción entre el tiempo y la labor exigida, de los salarios exiguos, del miedo al paro, o de las tensiones familiares, porque no llega el dinero hasta finalizar el mes.

 El cerebro de nuestros amigos estresados ha dado el grito de alarma: su respiración se acelera en exceso, sus músculos permanecen tensos durante horas, sin posibilidad de relajarse. Aquel fenómeno puesto por la naturaleza como aviso ante el peligro, ante el animal presto para ser capturado, ante un riesgo inminente, se ha tornado crónico y peligroso para quien lo padece. El estrés amenaza el bienestar y la calidad de vida de quien lo sufre; es causa de alergias e infecciones; altera el descanso con insomnios o pesadillas; el cerebro sufre, y la depresión está a la vuelta de la esquina. Los problemas de memoria son más frecuentes en ellos que en sus compañeros, y la concentración en el trabajo más inestable que en tiempos de bonanza. Muchos casos se asma bronquial se deben a esta tensión crónica; y de todos es conocida la relación entre dificultades digestivas y úlcera duodenal, y el estrés del trabajo. Nos dicen que más de la mitad de quienes están en el mundo laboral padece de estrés.

 Son muchos los remedios ofrecidos por psiquiatras y psicólogos. La mayoría consiste en medicinas y métodos de respiración y relajación. Son buenos, por supuesto, y suele sanarse con ellos. Pero el ofrecido por la tradición ascética – mística de nuestra fe cristiana no hay que echarlo en olvido: vernos en las manos de Dios Padre; dedicar unos minutos durante el día, aunque no pasen de cinco, a entrar en contacto con el Señor, dueño de la paz, nuestro padre, amigo y compañía. Ponernos en sus manos. Confiar en la Providencia que nunca permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. A mí siempre me vienen bien estas ideas. Soy consciente – y sé que lo he dicho en varias ocasiones – de que “para quienes aman a Dios, todas las cosas contribuyen para su bien”.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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