Un fenómeno social raro: muchos desaparecen

Enfermos y Debilidad

Un fenómeno social raro: muchos desaparecen

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(Desaoarecidos... BBC)

Me impresionó el reportaje que vi en televisión hace varias semanas sobre personas desaparecidas. Es verdad que todos estamos muy concienciados sobre este fenómeno que tanto hace sufrir a las familias; enseguida nos sentimos solidarios con quienes padecen en estas circunstancias. Catorce mil desaparecidos en un año suponen mucho dolor. Y son varios centenares de casos que jamás llegarán a resolverse ni siquiera en la peor de las soluciones. 

Un niño desaparecido siempre es una noticia trágica. Cientos de personas se mueven con el deseo de encontrar al ausente. Cuando en unas horas es hallado, todos se alegran y desaparece la pesadilla. El problema se agudiza con el correr de los días, las semanas y los meses. Si la policía llega a comunicar a la familia que se trata de un caso inquietante, el temblor se apodera del cuerpo. Cuando el asunto se archiva hasta que aparezca alguna nueva pista, todo está perdido; no existe ningún remedio. La desolación abruma a los padres; no puede compararse con ningún otro dolor. Buscan sin ningún resultado nuevas vías de solución. El problema va degenerando en angustia y la soledad más profunda se apodera de ellos cuando ya va cayendo en el olvido de todos los demás. 

Decía Agustín Pérez: “Busco un rincón para poder ir a llorar al hijo que hace tres años desapareció sin dejar ninguna huella para poder encontrarlo”. Son casos dramáticos, a pesar de la comprensión y cariño por parte de vecinos y amigos. El único consuelo que queda a muchas personas es precisamente este apoyo moral de sus compañeros.

Desaparecen también por muerte natural nuestros seres queridos. Por lo general poco a poco se va asimilando su pérdida, aunque en ocasiones por circunstancias especiales el problema resulta casi tan agudo para muchas personas como la pérdida definitiva por secuestros o causas desconocidas.

Sean cuales fueren las circunstancias es necesario superarse. No se puede vivir indefinidamente con una angustia continua. Hemos de vencer este dolor con esperanza. Vienen bien todos los auxilios de psicólogos, médicos y de gente amiga de buena voluntad. En todas las ocasiones, pero sobre todo en éstas, las más dramáticas, es necesario volver los ojos a Dios. Desahogar nuestro corazón con Él, como lo hacía Job. Y acudir a un sacerdote de nuestra confianza. Es verdad que el dolor seguirá y que por mucho que vivamos nunca llegará a desaparecer del todo. Pero al menos, unidos a Jesús, a la Virgen María en los momentos de su total soledad cuando perdió a su Hijo, podremos levantar nuestro ánimo. Tal vez - Dios escribe derecho con líneas torcidas - pueda ser el inicio de una conversión sincera para la familia. Yo me quedo con una frase que la tengo escrita como epitafio en el lugar donde espero descansen mis restos: “En Ti, Señor, he esperando, jamás quedaré confundido”.

José María Lorenzo Amelibia

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