El harto ha de acordarse del hambriento

Enfermos y  debilidad.

El harto ha de acordarse del hambriento

wkp

(Wikipedia)

Un refrán repetido muchas veces por nuestros mayores dice así: “El harto no se acuerda del hambriento”. De qué distinta manera está redactado el mensaje del Señor: “Que cada uno lleve las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo”.

Hoy parece que estamos más sensibles ante la necesidad de nuestros semejantes. Nos resultan familiares las acampadas de personas de buena voluntad para pedir de los gobiernos el 0,7% del presupuesto bruto en favor de los países subdesarrollados. Hace unos años ni podíamos imaginar este gesto.

Pero ¿somos tan sensibles cuando se trata de personas muy concretas que viven cerca de nosotros? Cada uno piense en quienes están más próximos: padres, ancianos, hermanos, enfermos, vecinos en grave necesidad; súbditos marginados.

Con frecuencia cuando hemos de atender la necesidad de personas muy próximas padecemos presbicia. Vemos muy bien a lo lejos; lo de cerca, en cambio, apenas percibimos. Por algo decía Jesús: “quita la viga de tu ojo”: ¡qué difícil resulta!

En tiempos de Santa Teresa de Jesús, en los conventos, ya ocurría algo parecido. Ella observaba en algunas religiosas un afán grande de oración; nunca dejarían el diálogo con el Señor. Todos sus tiempos libres ¡a la capilla! Pero la santa les recordaba: “No es eso lo que desea Dios de vosotras; obras quiere el Señor. Si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no te dé nada el perder la devoción… es preciso que te compadezcas de ella. Y si fuese menester, ayunes para que ella coma. Esta es la verdadera unión con la voluntad de Dios.”

Todos somos débiles, pero siempre hay alguien que nos supera en indigencia en una cosa o en otra. Por eso todos somos capaces de ayudar. Y no ayudan menos quienes se encuentran retirados en una clausura, si lo hacen con gran amor.

La madre Paulet solía decir: “Sufrir o morir, pero hacer algo por Dios.”

¿Tú qué haces por Dios? ¿Qué haces por tus hermanos?

La vida pasa silenciosa. Sin darnos cuenta encanecemos. Buscamos el alimento y las fuentes de felicidad. Ha llegado otro día en la cuenta ininterrumpida de jornadas. Esta noche habrán dado paso a la eternidad unas cien mil personas. Darle gracias a Dios por el nuevo día. Esta es nuestra obligación. Y pensar en aquella frase del Evangelio: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer tuve sed y me distéis de beber…”

Felicitamos, sí, a quienes se preocupan del hambre en el mundo, siendo líderes de estas campañas encomiables. Pero al ocuparnos de lo lejano y un tanto abstracto por la distancia, no olvidemos lo más concreto y tangible, lo más próximo a nosotros.

José María Lorenzo Amelibia

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