Los hermanos hospitalarios y la salud total

 Enfermos y debilidad

Los hermanos hospitalarios y la salud total 

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Hermanos de San Juan de Dios

            Miles de personas emprenden cada día el viaje por el mundo del dolor, de la enfermedad; así es ahora… y siempre. Leía hace poco algo sobre los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan, en tiempos de las cruzadas. Ellos hacían sus votos para beneficiar a los peregrinos dolientes, sea cual fuere su condición nacional o religiosa; a nadie marginaban. En Rodas tenían una sede fortificada hasta el extremo. En anchos salones medievales colocaban los lechos de los enfermos, varios en cada cama. La vida ascética de los religiosos era austera; su mística, elevada: “No existe penitencia alguna que pueda compararse con este santo martirio a los ojos de Dios”. Y en el fondo de su corazón pensaban: “Cuanto más bajo sea mi lugar en esta casa, más alto en el Reino de Dios”. Hermosa la vocación de personas dedicadas con tal amor al servicio de los más necesitados de ayuda.

 Desde tiempos tan remotos, siglo XVI, el enfermo ha necesitado ayuda. Nadie puede subsistir por cuenta propia. Aquellos hospitalarios, lo mismo que ahora, se preocupaban de la salud total de sus pacientes: de su cuerpo maltrecho, de tu corazón doliente, heridas interiores que no cicatrizaban lejos del hogar. El espíritu que necesita reconciliarse con Dios; la mente envuelta en temores que limita la libertad. Entonces y ahora el corazón humano es el mismo: cuando se cura, no basta con inyectar un específico; es necesario restañar heridas internas.

 “Siempre consideramos las circunstancias que envuelven a nuestros pacientes”, decía un famoso médico del Hospital de San Juan de Dios. Y así debe ser. Muchos factores que inciden en el sufrimiento están relacionados con el sexo de la persona, con su profesión y estado social. Ser madre de familia con niños de corta edad tiene distintas facetas que ser soltero y solitario, sin nadie que vele por su salud.

 Toda comunidad sanitaria ha de considerar a la persona íntegra, como lo hacían aquellos antiguos hermanos hospitalarios. Si un individuo se encuentra solo y marginado, lo tiene más difícil que las personas queridas y aceptadas por el calor de un hogar: es preciso en el primer caso hacer algo más que las rutinas terapéuticas por esta persona. Hacerle sentirse importante, que acepte su situación, pero a la vez que siempre será acogido con calor en aquel hogar común. Merece la pena repasar la Historia de nuestra sanidad cristiana para saber atender a los enfermos siempre con calor y con amor: no se trata al curar de aplicar a todos, la misma rutina.

José María Lorenzo Amelibia  

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