En su maldad el hombre es peor que las fieras

Espiritualidad

En su maldad el hombre es peor que las fieras

fiera

No seamos fieras

Trabajamos por perfeccionarnos y todo será poco. En su maldad el hombre es peor que las fieras: éstas se sacian y dejan a sus presas, la persona no; es cruel hasta ensañarse. Su corazón es duro más que le granito. Su vanidad es más ligera que el tamo de las eras. Sumérgelo en el dolor y en la decepción; cuando salga será el mismo de antes.

Pensaba yo que los hombres eran fundamentalmente buenos y me equivoqué. Sucede lo contrario. Hay que estar siempre sobre sí mismo para dominar el mal con el bien. He visto muchas pruebas en las vidas de otros, pero rara vez les palpado un cambio. Mucho he trabajado por ser mejor yo mismo, y apenas lo noto. A veces miro en el fondo de mi corazón y me asusto. Otras caigo en la tentación de compararme con los peores y me forjo la vana ilusión de ser de los buenos. Hasta ahí llega mi necedad.

Somos insensibles. No comprendemos los sufrimientos de los demás hasta haberlos experimentado en nuestra propia carne. Y aun entonces hemos de esforzarnos mucho para tener un corazón tierno y compasivo.

Hemos de comprender la malicia de la gente y no responderles con la misma medida. Así hacen los paganos. Nosotros, comprendiendo el propio corazón, vamos a juzgar a los demás con misericordia.

Te transcribo unas ideas que leí en el libro EL SANTO ABANDONO (de dom Vital Lehodey) y que te pueden hacer bien:

Un alma santamente indiferente se parece a una balanza en

equilibrio, dispuesta a ladearse a la parte que quiera la voluntad divina; a una materia prima igualmente preparada para recibir cualquier forma, o a una hoja de papel en blanco sobre la cual Dios puede escribir a su gusto.

Dios nos va atrayendo hacia sí por medio del dolor y las dificultades. Hace falta que nos vayamos haciendo indiferentes. El nos ayudará.

Si vamos aceptando su voluntad de beneplácito, poco a poco todo nos va pareciendo bueno: ser mucho, ser poco, no ser nada; mandar, obedecer a éste o al otro, ser humillado o ser tenido en olvido; padecer necesidad o estar bien provisto; estar solo o acompañado; disfrutar de salud o llevar una vida enfermiza.

A veces nos encontramos tristes. No me refiero a esa tristeza pasajera de una mañana de lunes. Hoy se da una tristeza profunda y duradera que se llama depresión. Durante días semanas o meses, tal vez años, parece que no existe solución para nuestro caso. Este sufrimiento, que puede llegar a ser verdadera enfermedad sicológica, es un cable que Dios echa a sus amigos para que vuelvan a Él, si estaban alejados. Las cosas del mundo son frágiles y temporales. Nuestros ojos se abren a la verdad y ven la caducidad de la vida. Por eso la tristeza y el desengaño nos deben hacer levantar los ojos al Señor.

También sufren los que sirven a Dios con fidelidad la prueba de la tristeza. Es lo llamado "la noche del sentido". Es preciso entonces no desanimarse. Aceptar la prueba como purificación. Poner en Dios toda nuestra esperanza y nuestra ilusión. Una vez que termina la crisis, Dios se entrega por entero al alma y comienza una nueva primavera de fervor. Pero con mucha mayor humildad y madurez espiritual.

José María Lorenzo Amelibia  

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