¡Qué maravilla vivir en la tierra la amistad con Dios!

Espiritualidad

¡Qué maravilla vivir en la tierra la amistad con Dios!

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Es un gusto anticipado del cielo. Y tú y yo podemos ir viviendo ya aquí esta intimidad divina. La oración nos va educando en este sentido. Pero también en esta santa intimidad con Dios vamos aprendiendo a abrirnos a la amistad sincera entre las personas. Lo he leído: algunos santos de este siglo agradecían al Señor todos los encuentros con personas; procuraban que de ellos naciera una nueva amistad; y hacían los posibles para que ésta fuera por los caminos de la vida interior. ¡Cuándo iré yo aprendiendo esta lección! vivir todas las amistades humanas como itinerario de amor hacia el Señor. Mediante el amigo ir acercándonos más a la amistad de Dios.

Vamos a procurar abrirnos a este modo nuevo de amor cristiano. Del calor del sagrario saldremos con más ganas de ello. A veces yo me suelo quejar de la frialdad con que te atienden y se encuentran contigo muchos de los profesionales de la virtud. Entonces me pregunto: ¿También acojo yo así a quienes se dirigen a mí? Claro, tiendo en seguida a decir, no; pero "los otros" son los quienes debieran responder a esta mi pregunta.

Pido al Señor por ti y por mí para que nos ayude: que esta nuestra amistad nos vaya empujando a hacia "los otros". Y que, a partir de ella, también "los otros" vayan hacia el Amigo común. La amistad cristiana no es como las otras. Es del estilo de Carlos Foucauld, que se había propuesto como preparación a la evangelización cultivar amistades.

No es malo tener una amistad profunda en la vida. Eso sí, es difícil. A los buenos amigos se les puede contar con los dedos de una mano. Y más vale que no perdamos estas buenas amistades si las tenemos. Nada hay en el terreno de la plenitud sicológica como una buena amistad. No es malo gozar de la mutua comprensión y de la seguridad ofrecida por la amistad. En la Sagrada Escritura se bendice varias veces este don maravilloso de la amistad. Ciertos afectos incontrolados pueden alejar al alma de Dios, pero la amistad verdadera no sólo no aleja, sino acerca más a Dios, fuente de todo amor. Es una auténtica gracia actual para todos los amigos. Yo diría: el amor de amistad es la misma caridad practicada con gusto.

A veces se puede enturbiar la amistad por el egoísmo de alguna de las partes, por la indiferencia: resulta el pecado más grave contra la amistad, por los celos o envidia... Por eso merece la pena decir al amigo cuanto de él nos ha dolido. Así se pueden curar ciertos males. Y tal vez lo molesto se llegue a entender, excusar o perdonar. Y.…quizás corregir. En lo que más hincapié debemos hacer es - a mi juicio - en evitar todo aquello cuanto pueda parecer indiferencia. Yo quisiera ser para ti un amigo como el de la hoja que te mando. Yo lo único que cambiaría es la segunda línea. En la verdadera amistad es indispensable que ambos deseen ser mejores, según pasa el tiempo.

Aunque muchas veces se influye mutuamente casi sin notarlo. Por ejemplo: Tú has influido mucho en mí desde que éramos pequeños con tu paz y serenidad; con tu forma de escuchar en la conversación, con otras mil cosas, que discurriendo aparecerían. Así influimos los amigos para el bien unos con otros. Purificarse es esencial. Y debe ir unido con la oración. Las pruebas continuas que estás padeciendo en tu vida te purifican, van labrando poco a poco en ti la indiferencia por los honores y demás bobadas de la tierra.

José María Lorenzo Amelibia  

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