“Está de los nervios”

“Está de los nervios”

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Tila

 A mediados del siglo XX, cuando una persona sufría algún tipo de obsesión depresiva, solía decirse: “Está de los nervios”; incluso algunos llegaban a confundir esta dolencia con una especie de locura larvada. Hoy distinguimos mejor: sabemos que la depresión, bien sea de tipo obsesivo, congénito o reactivo, es una enfermedad mental transitoria, con curación posible. Para quien tenga peligro de entrar en un cuadro clínico de este tipo – y todos corremos el riesgo – lo mejor es prevenir, tomar precauciones, higiene mental. Un amigo que había perdido su mujer y me decía: “No puedo permitirme el lujo de entrar en depresión”. Y se dedicaba a actividades de su afición con más empeño que los meses anteriores.

A veces nos sentimos pobres, con mala suerte, mal considerados, objeto de mobbing por parte de los compañeros de trabajo; nos cansamos de luchar y es fácil tender a cerrarse en sí mismo, asquearse de la maldad del mundo y regocijarse, por paradoja, en la propia tristeza. Y hemos de reaccionar: nuestras mentes y sentimientos no han de ser esclavizados por el fatalismo.

 Me gusta leer y meditar la vida de los santos; tengo en casa muchos tomos sobre el tema. Siempre me ha llamado la atención San Ignacio de Antioquía: iba a ser martirizado, y mantuvo entereza de ánimo ante el pensamiento de que las fieras lo iban a devorar. Lo llevaron a Roma, para que muriera en el circo comido por tigres y leones. Eran los comienzos del siglo II. Aquel hombre, en el largo viaje que lo llevaba al martirio, nunca perdió el ánimo; alentaba a todos que le acompañarían hacia el suplicio; incluso trataba de predicar el Evangelio en condiciones tan difíciles. Desde aquella situación escribió siete cartas de aliento a sus cristianos fieles para que no perdieran la fe. Incluso se regocijaba pensando que iba a ser triturado por los dientes de las fieras, como el trigo en el molino. Es un ejemplo de serenidad para todos: nos enseña a no alarmarnos ante el dolor, él que había sido sentenciado a morir.

Hemos de luchar contra nuestra mala suerte, contratiempos y enfermedades, pero si lo irremediable ha llegado, abrazarnos con paz, sin obsesionarnos con nuestros problemas hasta caer en la depresión. A mí me subyuga el ejemplo de Ignacio de Antioquía y el de otros santos mártires que aceptan lo irremediable con gozo. ¿Por qué la tristeza se ha de adueñar de nuestras almas en cuanto viene la dificultad? Parece que ignoramos que la vida no termina aquí; que en la otra orilla nos aguarda Dios para acogernos en su seno.

José María Lorenzo Amelibia  

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