¿Será posible el cambio en el nombramiento de obispos? El nombramiento de los obispos: Los trepas y los pelotas...

Crítica Constructiva

El nombramiento de los obispos: Los trepas y los pelotas...

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Tengo confianza y respeto de nuestro episcopado: en conjunto es muy digno; mi acatamiento a ellos. Pero me fijo ahora en la manera de acceder a este sagrado ministerio.

En las décadas posteriores al Vaticano II se debatió en abundancia el tema de la elección de los obispos.Muchos se inclinaban por que fuera mediante el voto de los cristianos de la diócesis. La sugerencia no se veía clara y no ganó el debate. Había una razón muy grave en contra: la división partidista de los cristianos, a semejanza de la sociedad civil: izquierda, derecha, centro y los extremistas. Y es conveniente que un obispo aprecie y coordine a los cristianos, sean cuales fueren sus tendencias eclesiales. Hoy por hoy, los  nombramientos episcopales son competencia del papa, debidamente asesorado. Y ahí radica el problema...

Es un hecho: en política, en asociaciones, en todas las profesiones  y en el mundo de Iglesia no siempre se eligen los cargos de una manera democrática. Los pelotas han existido y seguirán existiendo, pero esperemos que, cuando de verdad haya entre el clero un alto nivel de santidad, desapareceránal menos en este sector.  

Existe un número de sacerdotes, también considerable, que suele decir: “Del obispo, cuanto más lejos, mejor”. Se pasan por el otro extremo. Por supuesto que éstos nunca subirán en el escalafón diocesano.Los otros, los aspirantes a puestos intermedios, normalmente tienen algún padrino que los acerca a la jerarquía. Han de mostrar mucho interés por todo, por supuesto, y que el jefe lo vea o lo intuya por lo menos.

Ahora, cuando se ha democratizado la Iglesia un poquitín, da la impresión de que a la fuerza han tenido que disminuir los pelotas, pero nos equivocamos; porque siguen existiendo, aunque el trabajo de ellos para medrar ha de ser más constante y lento: han de ganarse también a sus compañeros; y esto es aún más difícil que interesar a una sola persona.

 No lo consiguen todos los pretendientes. ¡Todavía hay clases! Por fortuna muchos dirigentes pueden hablar con la cabeza muy alta porque han llegado al poder por cauces del todo dignos.

Un amigo mío estuvo varios años en Añastro – así llamamos a la casa de la Iglesia en España –. Me contaba que pululaban por allí curas de distintas diócesis, haciendo pasillos. Se les veía venir. Muchos de ellos acababan con la mitra en la cabeza y el báculo en la izquierda. Otros, rendidos de cansancio, dejaban tan ardua labor porque no encontraban padrino; pero todos, con el mismo objetivo: llegar a obispos. Los empleados de oficina los conocían: les llamaban “los trepas”.

 La diócesis de Pamplona, en las décadas de los cuarenta y cincuenta, fue semillero de obispos para toda España. Varios vicarios generales, pocos años después de acceder a este cargo tan importante, fueron promovidos al episcopado. Era un gozo para los pretendientes. Y llegó a este cargo un cura nuevo, Don Antonio Ona. Pasaron varios años, pero Antonio seguía en su despacho sin ascender. ¿Qué ocurre, Antonio: – le dijo un día un amigo que le visitó – ¿Tú no llegas, qué pasa? Y nuestro Vicario General le contestó: “Non habeo hominem, non habeo hominem” (“no tengo el hombre”), recordando la frase del Evangelio en que el paralítico no tenía quien lo introdujera en la piscina probática. Varios meses más tarde acudió de nuevo su amigo al despacho. Esta vez para felicitarle por su nombramiento de obispo. Dándole un abrazo le dijo Antonio al visitante: “Ahora, habeo hominem, habeo hominem”.

 Dicho de otra manera: el que tiene padrinos se bautiza. Los obispos, como todos los cargos nombrados a dedo recaen con frecuencia en aquellos que saben hacer pasillos, los trepas, los que “tienen un hombre” que los presente. Algunas veces también suelen ser nombradas personas de gran talla a quienes se les ve venir. Ellos solos se abren el camino con facilidad, incluso sin pretenderlo.

 Cuando yo era joven, todo esto que de mayor voy comprobando, si alguien me lo sugería me sabía malo; me parecía que no podía ser así. Después fui estudiando Historia de la Iglesia, había que aprender aquello de “los nepotismos” e incluso “simonías” que a lo largo de los siglos han existido – por desgracia – en nuestra querida Iglesia. Hoy lo miro todo como natural, incluso normal en ciertas épocas, aunque no me parece nada bien.

 Yo no sé cómo han de ser nombrados los obispos; es un tema difícil, peliagudo. Hubo tiempos u ocasiones en que el mismo pueblo los promovía dentro de la comunidad, sin votaciones, por aclamación: eran casos claros, que después terminaron incluso en los altares, dada la talla de santidad de los candidatos. Pero aquello no tuvo éxito duradero. ¿Tal vez porque la Iglesia iba politizándose?

Lo peor fue cuando las familias poderosas se metieron dentro del clero, y a los segundones los colocaron como obispos. Resultó fatal para nuestra Iglesia. Aquí tuvo que velar el Espíritu Santo sobremanera. Pero lo cierto es que los trepas, el nepotismo, el amiguismo son modos detestables de acceder a un cargo tan lleno de responsabilidad, tan sagrado, tan comprometido, tan para el bien de la Iglesia.

El obispo es sucesor de los Apóstoles; pero no ha de ser una “clase” por encima de nadie; no ha de creérselo ni estar siempre con mitra y báculo, inmerso en su autoridad. Necesitamos obispos santos, servidores, sencillos, humildes, buenos,caritativos, amigos de Jesús y de todos. Como quería Juan XXIII: que lo vean todo, se enteren de todo, corrijan solo cuando sea necesario, no castiguen a nadie ni marginen. Obispos amigos: que se pueda decir de vosotros lo que uno dijo cuando murió el obispo Conget, y podía haberse puesto de epitafio en su tumba: “Fue obispo, pero no se le subió la mitra a la cabeza”.

Pondría aquí ejemplos de uno y otro talante, porque los conozco. Pero no quiero descender a una  crítica de cotilleo, nada constructiva. Me interesa tan solo mostrar un hecho frecuente en la Sociedad. Y sobre todo me parece indigno que los clérigos, después de haber renunciado al matrimonio, vayan buscando su compensación en los senderos del poder, de la buena mesa o del dinero. ¡Que de todo hay!

Por desgracia, no soy capaz de ponerle el cascabel al gato: no se me ocurre un medio eficaz para el nombramiento de los obispos. El ideal es el de las primeras Iglesias, por aclamación del pueblo al ver un líder celoso, caritativo, desprendido; un hombre que mire la gloria de Dios, la evangelización, el bien del Reino de Dios... Existen  estos líderes hoy como entonces, pero ¿cómo encontrarlos? ¿Quién los promueve? Volvemos a lo mismo. Y lo que es más duro y real, si se el Pueblo de Dios los encontrara (cosa muy difícil), ¿Ya lo aceptarían los que están arriba?

José María Lorenzo Amelibia

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