Lo nuevo y lo viejo

Lo nuevo y lo viejo

            La tendencia a rechazar todo lo nuevo es una debilidad en las personas; muy propia esta flaqueza de niños pequeños y de ancianos. También la sufren en grado sumo los autistas. Pero es una tendencia relativamente común en gran parte de los seres humanos. Por eso no creo sea correcto llamarla patología, a no ser cuando se manifiesta en grados extremosos. Tan malo es aspirar hacia lo nuevo por ser nuevo, como anclarse en todo lo pasado sin contemplar la posibilidad de cambio. Existen mentes estereotipadas. Personas tan “suyas” que todo criterio distinto al propio lo consideran malo y reprobable, ni siquiera dedican un minuto de su tiempo a considerar el porqué de la idea contraria.

           He conocido a gente importante condenar ciertas novedades por el hecho de no coincidir del todo con su criterio acuñado de manera indeleble. En cuestiones técnicas se esfuerzan muy mucho para no anclarse en el pasado; cualquier industrial es consciente de la sentencia, “o renovarse o morir”. Resulta más fácil tomar la actitud en extremo conservadora en cuestiones religiosas; y en algunas ocasiones, así deber ser; pero a veces se llega a extremos fanáticos, como en el caso de los talibanes.

            Escudriñando en biografías de los santos he tropezado con un caso interesante; el de la beata María Poussepin; vivió casi cien años, en los siglos XVII – XVIII. Ella era hija de un fabricante de calcetines de seda. Cuando su padre murió, tomó las riendas de la empresa aquella mujer santa y práctica, y la hizo prosperar por encima de todo lo imaginable: se abrió al mercado y ordenó utilizar como materia prima no solo seda, también lana. El éxito, total. Inició algo entonces revolucionario, en lugar de aferrarse únicamente a lo de siempre. No es prudente desconfiar del cambio, por ser distinto a lo tradicional. En criterios de fe, de algo relacionado con la trascendencia que no es cuestión de investigación, sino “ahí está”, hemos de aferrarnos del todo a la verdad revelada, pero en otros asuntos religiosas, de tipo disciplinar, no conviene aferrarse a lo de siempre, porque sí.

            Dios es Conservador, y también Creador; hemos de tenerlo en cuenta. Quien incondicionalmente está por el cambio, sea como sea, venga de donde venga, puede ser un inmaduro. Pero igualmente inmaduro demuestra ser quien se adhiere a un costumbrismo inalterable, porque ha sido siempre así. ¡Debilidades humanas que hemos de curar!

José María Lorenzo Amelibia  

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