Un obispo y las minas letales

Enfermos y debilidad

Un obispo y las minas letales

Pasan los años y las guerras siguen matando; es un problema de dimensiones mundiales: se trata de las minas enterradas en tiempos bélicos, pero muy difícil de retirarlas cuando llega la paz. Colocar una mina cuesta poco más de dos euros, pero hacerla desaparecer, aparte de ser imposible eliminar todas, supone más de setecientos euros. Las consecuencias son fatales: los más débiles, niños y labradores humildes, son las víctimas. Algunos mueren, pero la mayoría queda imposibilitada para el resto de sus días. Parece ser que Camboya es el lugar donde más trampas mortales permanecen enterradas; la media de heridos es uno cada día, después de más de treinta años de paz en aquel lugar.

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Enrique Figaredo, de Gijón y jesuita, obispo.

Camboya ronda los catorce millones de habitantes, y cuatro o cinco de cada mil han sido mutilados por las minas. Cerca de la mitad de las aldeas contienen áreas infectadas. Por cualquier sitio aparece el cartel: “Peligro, minas”, pero es inútil, siguen tan devastadoras como el día de su colocación. Y no parece haya llegado la hora de suprimir esta plaga de las guerras. A pesar de que en el tratado de Ottawa de 1997 se comprometieran 156 naciones a no fabricar la trampa fatídica, en otros países, como Estados Unidos, China, Pakistán, Israel, se regalan lotes de este producto, cuando venden otro tipo de armas.

Son muchas las personas generosas que trabajan para eliminar esta plaga de la humanidad y socorrer a los damnificados. Un español destaca, y por cierto, no es demasiado conocido: es el obispo asturiano Enrique Figaredo, de Gijón y jesuita, hombre tierno, campechano y todavía joven. Ha recibido varios premios por su labor humanitaria, pero lo importante de verdad es el amor que derrama a favor de los más débiles. Ha creado Mons. Kike muchos talleres de formación de producción textil para mutilados, con máquinas de coser adaptadas para sillas de ruedas. Así estas personas pueden mirar con cierta serenidad el futuro. En el centro Padre Arrupe, también de la diócesis del prelado, se educan varias decenas de niños discapacitados, muchos de ellos huérfanos. En aquella región los cristianos son minoría; los budistas mayoría, pero a ninguno se le pregunta su credo para ser ayudado. Figaredo dice: “Soy obispo no sólo de los cristianos: lo soy de las personas”. Como debe ser: “Haz bien, y no mires a quién”.

Se ha creado la ONG “Sauce” para aportar ayuda a Mons. Figaredo. Teléfono 620989900. También puede verse la web, www.sauceong.org

José María Lorenzo Amelibia                                        

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 Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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