La ocurrencia de Carlos I

 Enfermos y Debilidad

La ocurrencia de Carlos I

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Carlos I de España y V de Alemania

Desde pequeños, cuando comenzábamos a estudiar la Historia de España, nos llamaba la atención la ocurrencia del Emperador jubilado ya, en el Monasterio de Yuste. Era un tanto macabra. En una excursión pude ver el lugar desde donde el monarca asistió a sus propios funerales en vida. ¡Esta fue su peregrina iniciativa! Debió de hacerlo con mucha devoción y provecho espiritual, y pudo realizar su deseo, porque era autoridad suprema, ¡que ninguna otra persona ha conseguido tamaño privilegio en vida!

Esta idea extraña merece la pena considerarla para reforzar nuestra fe y esperanza, para darnos cuenta de que en este mundo no radica nuestra morada eterna. Es recomendable, alguna vez en la vida, en una mañana de retiro espiritual, practicar el ejercicio que algunos llaman “aligeramiento”:

Imagino que asisto a mi propio funeral, como nuestro Rey magno. Me veo en el féretro, mientras la gente ora por mí en la Eucaristía. Unos pocos lloran, otros rezan, otros distraídos cumplen con un deber social porque aprecian a mis hijos. Después los abrazos, los sollozos de mis seres queridos. Todo acaba con pena por parte de las personas que me aprecian. Desde aquí me doy perfecta cuenta de cómo corre el tiempo. A pesar de haber rebasado los setenta y cinco, ¡ha sido tan rápido! Hoy es una de las pocas veces de mi vida en que he sido protagonista. Contemplo con cariño y me emociono cuando mis nietos lloran. ¡Pobres! Los bendeciré desde el Cielo. Después advierto mi depósito en el cementerio… Bueno, bueno, que me afecta demasiado, prefiero dar un salto de medio siglo a ver qué pasa.

Cuánto ha cambiado todo… ¡Pero, si no conozco a nadie!… aunque aquel fortachón rubio debe de ser mi nieto. Veo en los anaqueles de su casa que guarda un libro mío… mi biografía, está amarillento. Y el cuadro familiar pintado lo conserva en el desván, sin atreverse a tirarlo, porque allí también aparece su madre cuando niña. Mi vida se ha pasado ha tenido buenos momentos y también otros muy dolorosos. Ahora me alegro de lo bueno que practiqué, el bien que hice a algunas personas, mi espíritu de piedad.  Mi imagen en el mundo apenas la recuerdan ya dos o tres personas. Y pronto se esfuma todo. No me voy a molestar en volver dentro de otros veinticinco años, todo se habrá disipado, ni rastro de mi ser. Tal vez quede en alguna biblioteca algunos de los pocos libros que publiqué, cubierto de polvo.

Ahora abandono mi pensamiento; estoy vivo, aunque por poco tiempo porque mi edad va muy adelantada. Todo a mi alrededor refleja vida y movimiento. Pido a Dios perseverar en su amor, que dé fuerza a mi alma para ser bueno y continuar lleno de alegría y esperanza.

José María Lorenzo Amelibia

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