El paso de los años

El paso de los años

  Hoy me he levantado con ganas de filosofar, con una especial euforia, y no sé por qué. Rara vez se me antoja canturrear a primeras horas de la mañana, pero hoy era distinto.

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Mirándose al espejo...

Me suelo mirar al espejo muy deprisa, los escasos segundos que me cuesta peinarme y el medio minuto del afeitado; todo funcional. Pero hoy he mantenido un soliloquio sabroso delante del ser reflejado en el cristal. Sigo viendo al chaval de siempre, a aquel niño que corría por las calles de Estella hace muchísimos años jugando a “lilu-veo”; al que asistía con devoción a la “misica” de ocho, amenizada por el celoso cura Don Alejandro Zuza… Únicamente me diferencio en el pelo - ¡qué blanco está! -, en las arrugas que surcan mi piel, en unas manchas que va dejando en mi frente el paso del tiempo. Pero soy el mismo. Dicen que ahora, a partir de los setenta, los años galopan, van como de dos en dos; que la Historia nos habla más claro; y que se duerme con intermitencias. No lo discuto, pero soy el de siempre.

 No me impresionan los años pasados; me dan confianza en mí mismo; me pesan, eso sí, cuando no los he vivido a tope. Me conmueven las puertas que se van cerrando, las amistades perdidas, el poco fervor de algunas temporadas, los seres que se fueron a la otra orilla y a los que tanto debo. ¡Qué rápido pasa la vida! Pero ¿por qué no me entra melancolía? ¿Por qué a los setenta y cinco años estoy más sereno e incluso ilusionado que a los treinta? Algunos ancianos de mis tiempos jóvenes me decían algo parecido de su estado de ánimo.

 Me gusta repetir por dentro canciones de mi juventud; las recuerdo todas. Pero me proporcionan un gozo especial aquellos cantos de iglesia tan lejanos; me sirven de oración sabrosa; más incluso que los modernos, sin negarles su mérito. Antes me aburría repetir frases cortas espirituales, a modo de mantra; ahora me ofrecen consuelo, paz y alegría. Me gusta pasear en soledad con estos pensamientos sencillos. Yo no sé si será o no la contemplación de que hablan los místicos, pero me ayudan a vivir feliz. ¡Para que hablen algunos de la melancolía de la ancianidad!

José María Lorenzo Amelibia                                        

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