Cuando pienso en el más allá

Enfermos y Debilidad

Cuando pienso en el más allá

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           Me decía un médico: “Yo no sé por qué, cuando tengo que intervenir a alguien quirúrgicamente, son los clérigos los más temerosos”. Yo tampoco lo sé; a veces me imagino que – por lo menos a los mayores – les metieron el miedo en el cuerpo con el infierno. Ahora, con perspectiva, pienso que en tiempos remotos exageraban al infundirnos de forma desmesurada este temor, y ponían más el acento en la justicia divina que en su misericordia. Lo cierto es que quienes deben temer más la muerte son los malos; los que prescinden de la ley de Dios y viven en un egoísmo cerval extorsionando a sus semejantes.

El descreído huye de pensar en la muerte porque está convencido de que todo se acaba al finalizar la vida; no tiene ninguna esperanza. Pero también algunos cristianos muy fervorosos temen el final de esta vida, cuando ponen sus ojos en la eternidad. Saben que el Cielo es un bien superior a todos los gozos de la Tierra. Se consideran indignos entrar en las mansiones del Padre, y temen no estar en disposición para alcanzar esta dicha. No se dan cuenta de que el Señor es infinitamente generoso, ni de que Jesús nos redimió para darnos la salvación.

 De todos los modos, el amor que el hombre tiene a Dios en este mundo es la mejor garantía para entrar en el Cielo. Por eso, vamos a amar a Dios con toda nuestra alma; vamos a confiar en Él y vivir serenos ante el porvenir. Es cierto que en el Cielo no entrará nada manchado, pero también es verdad que los sufrimientos de esta vida nos purifican de nuestros pecados. Lo importante es vivir el amor a Dios y… el amor a nuestros semejantes. A ver si de una vez se nos mete en la cabeza aquello de: “Venid benditos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” Eso sí que tenemos que llevar grabado en nuestra alma.

 Hemos de procurar vivir en gracia de Dios. Arrepentirnos de los pecados. ¿Por qué tantos han dejado la confesión que limpia el alma del pecado? Y da pena que, quienes debieran temer la muerte, pasan de ella, la ignoran; y si le llega a algún ser querido, procuran distraerse y pensar que no va para ellos.

José María Lorenzo Amelibia

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