¿Es de verdad fe la tuya? Para preguntase a sí mismo Muchos pierden la fe... ¿Sí?

Crítica para reflexionar

Muchos pierden la fe...

Hace unos días repetí una película breve que conservo desde hace años en mi colección. Se titula “Católicos”. Es de muy bella imagen y se desarrolla en Irlanda; en un monasterio de tendencia muy conservadora y muy estricto. Pero el superior que rige de maravilla el convento, había perdido la fe del todo, hasta en la vida eterna; y nadie lo notaba. Un verdadero drama. A mí me ha impresionado el tema; y todavía me sobrecogió más cuando el anciano monje se desahogaba con un joven clérigo enviado de Roma y de tendencias progresistas, pero con mucha fe.


Puede suceder este hecho hipotético y llegar a ser real. A veces hasta me pregunto si se dará con mayor frecuencia de la que imaginamos. Supone, sí, honradez por parte del superior sin fe, guiar su grey según los principios deseados por los fieles. También lleva consigo mucha honradez el hecho de dejar todo, colgar los hábitos y marchar al mundo sin alharacas.

Hay personas que nadan entre dos aguas: su fe es débil, antojadiza, construida a su medida. Se consideran católicos, pero su credo se reduce a tres o cuatro dogmas cristianos y a unas cuantas creencias propias, inventadas por ellos mismos. El mundo de la fe es un misterio casi tan grande como los mismos dogmas que podemos explicar pero nunca entender del todo.

Y nunca podemos presumir de fe; jamás podemos hacernos los importantes por la fe; es un don gratuito de Dios. Pedirla día a día con humildad. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe. Sentirnos débiles, pero confiados en el Señor.

La fe a veces es muy brumosa; no vemos nada; barruntamos y nos adherimos a ella. La fe radica en el fondo del alma, y con la voluntad nos esforzarnos por conservarla y por vivir según sus exigencias. La fomentamos con la oración, con la lectura espiritual, con la devoción sincera y fervorosa, con la Eucaristía, la confesión y la devoción a la Virgen María.

Cuando descuidamos todo esto, la fe languidece, y en algunos casos llega casi a la indiferencia. Algunos pierden la fe. Y quienes saben mucho de Teología nos dicen que Dios a nadie deja, sino que es el individuo quien se aleja de Dios. La soberbia es un vicio que pone en peligro nuestra fe. El querer pedir nuevas explicaciones después de que experimentamos en nosotros mismos este gran regalo de Dios es muy peligroso. Porque la fe no es un teorema matemático.

Yo suelo recomendar a los amigos que me dicen ser ateos y no creer en nada: reza, pídele a Dios el don de la fe, porque por nuestra propias fuerzas no podemos llegar a ella. ¿Pero cómo un ateo, si no tiene fe puede orar a Dios? Pues sí, señor, ¡por si acaso! Y desde ese primer arranque que Dios pone en el alma de todo el mundo, puede brotar la primera luz de la fe.

¿Y lo del fraile que no creía? Yo le hubiera dicho lo mismo. Haz un esfuerzo; pide el don de la fe. Porque estoy seguro de que, aunque es muy difícil recuperar la fe para quien la haya perdido, puede conseguirse. Es necesario “apearse del burro” y hacer esa sencilla oración. Y recordar los tiempos felices de la fe. Recemos todos por quienes han dilapidado este don sublime.

José María Lorenzo Amelibia


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