En reconocimiento de los médicos

Enfermos y debilidad

En reconocimiento de los médicos

Dicen que en Estados Unidos ser médico supone una especial fuerza de aguante. Que gran parte de ellos están acongojados, por la demanda continua y exigencia de responsabilidad cuando no aciertan.

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Han de contratar caras pólizas para hacer frente a las querellas que contra ellos se establecen. Entre nosotros sube cada vez más la estima hacia esta profesión tan abnegada. Y, sin embargo, en algunos sectores ya comienzan a hostigarlos, casi siempre injustamente.

Yo siento pena por ellos; porque merecen la mayor consideración y agradecimiento. Están bien formados; han consumido más años para llegar a su ejercicio que en la mayoría de las profesiones o carreras.

Decía Alfonso Corona hablando de estos sanitarios: “Personalmente mantengo un recuerdo gratísimo de todos los médicos que he conocido. Y estoy muy agradecido a los que actualmente frecuento. Me han curado y me han apreciado como persona y me han ayudado en todo momento”. Mi impresión personal es parecida. Ya soy mayor y a lo largo de mi existencia me ha tocado recibir mucho de sus servicios. Echando la mirada hacia atrás mis recuerdos son inmejorables desde mi infancia. En mi casa siempre los hemos querido y respetado, como a los sacerdotes. Decíamos que hace falta para las dos profesiones una vocación especial.

En una ocasión me tocó que las cosas no salieran como deseábamos. Hubo quien comenzaba a echar la culpa a los médicos. Tuve la serenidad de pensar con cordura: yo veía que hacían lo que podían, pero algo fallaba en mi organismo. Los médicos no son súper dioses; no estamos tratando con ciencias exactas o problemas matemáticos. Estoy seguro de que por cada caso de negligencia existen miles y miles de gran empeño, de la mejor voluntad y de gran acierto.

He visto a médicos muy preocupados por sus pacientes; viviendo sus problemas como propios; atentos a sus problemas personales y familiares. No solo recetan, saben escuchar, aconsejar, orientar. Sufren cuando un paciente muere. Recuerdo el caso de un cirujano que, con voz entrecortada, se le saltaban las lágrimas cuando decía: “Era un caso a vida o muerte. He hecho todo lo posible, y ha sido el único paciente de mi vida que se ha quedado en la operación”. No entiendo cómo puede haber personas que enseguida ponen el grito en el cielo y acusan de negligencia cuando no han acertado en alguna intervención. Pocas veces, pienso yo, habrá negligencia. El médico está siempre luchando por vencer la muerte, pero en esta lid tarde o temprano ha de certificar la defunción.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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