A los sacerdotes secularizados, más que una petición de perdón

Informa ASCE

Asociación de Sacerdotes Secularizados ASCE

Crítica Constructiva

A los sacerdotes secularizados, más que una petición de perdón

“Desde años no se permite otorgar la paz del alma a un cura casado. Su condición es peor que la de un asesino”, afirmaba un obispo austriaco que pedía a Roma repasar sus nociones de misericordia en los comienzos del siglo XXI. Juan Pablo II se daba golpes de pecho por todos. Pero no por los más de cien mil sacerdotes que en los últimos años habían abandonado el hábito o se habían visto obligados a abandonarlo.

Perdón

El Papa pedía perdón a todos: judíos, brujas, heréticos, cismáticos. Sin embargo, hay una categoría de víctimas de la iglesia a las que Juan Pablo no pidió perdón. Tampoco nos consta que lo hiciera Benedicto; ni siquiera supuso verdadera reconciliación el gesto del Papa Francisco, cuando en el año de la misericordia acudió a compartir con varias familias de curas casados.

Paulo VI concedía rápidamente dispensa del celibato autorizándolos a casarse dentro de la Iglesia, en secreto se acercaba a ellos, los ayudaba en las dificultades, según algunos afirman. Aunque también es verdad que en su encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” no quedaban bien parados los curas que pidieran la dispensa. Todos recordamos los tristes apelativos que a ellos dirigía y no los voy a repetir.

El colmo fue cuando apenas Juan Pablo llegó a la silla de San Pedro, al comienzo de los 80, llegó a ser una quimera la dispensa: al menos diez o doce años de espera, que a menudo concluían en una negativa. Y es curioso e irónico: en el año 2017 le llegó la dispensa canónica a uno que no la había pedido en aquellos tiempos heroicos y se había casado por lo civil. Los nietos de este amigo dentro de pocos años van a quedar atónitos. Y es todavía más sorprendente: el actual rescripto de secularización contiene los mismos agravios comparativos que el de hace cincuenta años: se prohíbe al sacerdote dispensado, ayudar a misa, hacer las lecturas, dar la comunión, ser profesor de religión… si bien en casos concretos el obispo pude dispensar de estos vetos.

Según nos cuentan, en los días de aquel pontífice santo, bastaba con que se afirmara que cuando el solicitante tomó las órdenes estaba bajo presión o que sufría enfermedades psíquicas, para que el asunto se resolviera. En este caso, El Vaticano reconocía que su ordenación fue inválida y el sacerdote se veía libre de continuar su nueva vida en paz con la Iglesia.

No juzgamos aquí la santidad de nadie – ¡faltaría más! – santos y bien santos, con virtudes heroicas, con ejemplaridad en muchas virtudes, modelos, sí, y gozan de Dios en el Cielo. Pero como decía un amigo y yo también lo afirmo: “Todos los canonizados y muchísimos otros no canonizados, están en el Cielo gozando de Dios. Y son ejemplo de vida en muchísimas virtudes, pero no en todo”.

Pero lo importante es que cuanto antes nuestros queridos amigos de la jerarquía de la Iglesia, acojan a los sacerdotes casados, comiencen de una vez a devolverles a quienes lo deseen su parcela en el ministerio sacerdotal. Y después que reconozcan que sus predecesores – a su juicio – se pasaron y que desde el Cielo nos bendigan.

José María Lorenzo Amelibia
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