Que sigan las capillas en los hospitales
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Que sigan las capillas en los hospitales
Sí, siempre miramos la paz y el amor y confianza en Dios
Cuando entro en un hospital me gusta siempre saludar a Jesús en la capilla, antes o después de haber visitado al amigo o familiar enfermo. La pequeña iglesia de los centros de salud es un remanso de paz, en medio del ir y venir de médicos y enfermeras y de paseantes convalecientes. ¡Sitio muy recomendable en las clínicas! Lugar para orar mientras los cirujanos hacen su labor a nuestro ser querido.
En torno a este núcleo del amor de Jesús a los hombres se mueven los capellanes y voluntarios de la pastoral de la salud. Son gente buena, altruista y caritativa; aman al enfermo. Algunos han consagrado a Dios toda su vida, incluso con votos. Otros dedican varias horas por semana a visitar a decenas de pacientes, con el fin de ayudarles, escucharles, prestarles algún servicio de tipo religioso, sicológico o humano. Entre ellos están organizados, pero no son funcionarios. Intentan dentro de la comunidad cristiana cumplir uno de los principales afanes de Jesús: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Jn. 10,10).
Me decía uno de estos buenos samaritanos: “Nuestro trabajo no solo consiste en procurar que las personas estén bien - tarea principal de los profesionales sanitarios -, sino que se sientan bien, y más aún, que ellos mismos sean “bien”, sean buenos y ejemplo nuestro”. Me decía este amigo: “Nosotros recibimos del enfermo mucho más de lo que damos. Ellos nos ayudan a los aparentemente sanos; nos evangelizan desde el dolor; nos ayudan a relativizar ciertas formas de vida de la sociedad, y sobre todo nos ayudan a recuperar los valores fundamentales del Evangelio”. Quien me contaba esto era un hombre joven, no sacerdote, pero a pesar de su juventud disfrutaba de gran experiencia en estos asuntos.
Yo quisiera que el enfermo no se mire a sí mismo como un ser pasivo que sólo recibe medicinas y cuidados. El amigo de la pastoral sanitaria no ve de esta manera a los pacientes. Se siente deudor a ellos. Así rezaba un seglar ante el Sagrario antes de comenzar sus visitas: “Dame, Señor, la posibilidad de reconocer que no soy la luz, ni soy el amor, sino la expresión de tu amor”.
Además de los grupos de pastoral de salud, cuántos profesionales sanitarios que se entregan a curar con amor. Para ellos su profesión es como una misión divina, una vocación. Y procuran con celo que el dolor del enfermo se transforme en gozo y las dolencias desemboquen en una salud duradera.
¡Cuántas personas hacen de su vida profesional, de una manera sencilla y callada, una divina ilusión: poner todas sus habilidades y ciencia para aliviar el dolor y curar enfermedades! Felices los buenos samaritanos.
José María Lorenzo Amelibia
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