La soledad nos puede ayudar
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
La soledad nos puede ayudar
La soledad gozosa
¡Qué distintas somos las personas! A unos acongoja la soledad, a otros, por el contrario, les sirve de lenitivo, de punto de reflexión, de intimidad con Dios. Algunos optaron por el desierto absoluto y profesaron en el claustro con deseo contemplativo. Asumieron desde un principio lo duro y también lo dulce de la vida en retiro. Pero con frecuencia no tenemos posibilidad de optar.
El enfermo crónico ha de asumir la soledad. Pensar que es una vocación para él. Algún día comprenderá que Dios es bueno, que por algo le ha colocado en estas circunstancias. Resumo ahora unos apuntes de uno de estos enfermos crónicos, un hombre de Dios que supo adherirse a las circunstancias de la Providencia:
Muchas veces – escribía – escuché que la soledad abruma. He visto ancianos tristes y aislados consumirse en su pena. ¿Tan dura será la ausencia de compañía?
Añoraba la soledad. Y temía la soledad.
Marché al monte en mi juventud. Quería dedicar el día de asueto a la tarea de eremita. Exiguo resultó mi bagaje interior. Hube de acortar mi estancia junto a los árboles, insectos y aves. La tristeza embargaba mi alma. Hoy día el Señor en su Providencia me ha puesto en circunstancias de poco jaleo, de permanecer mucho tiempo solo. Soy un enfermo crónico con mucha lucidez de espíritu. Tengo la suerte de estar atendido, pero a la vez sin una compañía humana constante. ¡Y aumenta mi deseo de soledad! Lo miro como un don Dios. Mi casa es como una pequeña ermita con el Señor. Horas de paz conmigo sin necesidad de televisores para matar el tiempo.
Mi alma suspiraba en tiempos pretéritos por la soledad profunda de los trapenses, y ahora el Señor me ha dado esta otra vocación. ¡Por algo Él me habrá creado así! Soledad con gente amiga próxima; sin huir de ella en un momento determinado, me dejan tranquilo con mis lecturas y diálogo interior. Soledad para relacionarme con el Absoluto, el Eterno, el Amor. Todos los días la encuentro, sin verme en la necesidad de buscarla.
Conserva en mí, Señor, anhelo de soledad para llenarla de Ti. Me gusta el retiro conmigo mismo, es como suave obsesión en mí. Como tus Apóstoles deseo permanecer contigo largas horas: intimidad de amigos, ternura de enamorados. ¡Contemplar, Señor, tu hermosura y tu bondad! Sé que influyo desde aquí en el Cuerpo Místico de Cristo. Sé que la Iglesia misionera sale ganando con ello.
José María Lorenzo Amelibia
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