No solo palabras, obras de amor
Enfermos y debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
No solo palabras, obras de amor
(Obras misionales pontificias)
Interesa, siempre que sea posible, hacer referencia a hechos concretos, vivencias de distintas personas, que han experimentado el “látigo” del dolor, la ancianidad, o lo que hemos convenido en llamar circunstancias adversas, y lo han superado con hondura espiritual. Siempre, es verdad, la palabra conmueve, pero el ejemplo arrastra. Y todos estamos saturados de buenas palabras. ¡Pero cuánto más nos ayudan, si vienen acompañadas de buenos ejemplos!
Hace unos días me escribía un amigo -ya mayor-: “Estoy perdiendo poco a poco la palabra a causa de una glosofaringitis. Creo que pronto me quedaré mudo. Paciencia y alegría, porque así Dios lo permite para mi mayor bien espiritual. Gracias a ello he suprimido muchas conversaciones, y puedo dedicarme más a la oración y a la lectura de libros santos. Mi vida va cambiando a mejor.”
Este es un hombre de nuestros días. Ni más ni menos que nosotros. Y ha sabido reaccionar positivamente ante las dificultades de la vida.
Damos vueltas y vueltas al tema del cristiano y su relación con Dios. Y siempre volvemos a la misma conclusión: la cruz es el sello que garantiza la verdadera espiritualidad. Una vida sin cruz, a la larga dejaría de ser vida cristiana. Ya lo dice el Evangelio: “Quien quiera venir en pos de mí, tome su cruz y que me siga.” (Lc. 14,27). Los caminos anchos que rehúyen el sacrificio de cada día, y tan sólo se fijan en lo dulce y agradable, no son los senderos enseñados por Cristo: “Entrad por la puerta estrecha, que es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición; y estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida.” (Mt. 7, 13-14).
A la larga son más felices los que cuentan en su vida con el dolor como algo familiar. En cambio, quienes organizan su existencia intentando rehuir a toda costa el sufrimiento, y buscar toda clase de placeres, se cansan y hastían. Pronto les llega el tedio de la monotonía o la frustración ante metas inalcanzables.
La cruz revela el valor de nuestra vida. Si alguno llega a sospechar que la propia existencia carece de importancia, porque ya nada puede realizar, sino recibir ayuda, que mire la cruz de Jesús; que medite la frase de San Pedro: “Habéis sido rescatados no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la sangre preciosa de Cristo.” (1 Ped. 1,16-19).
Tenemos que ir cambiando, amigo mío, nuestra escala de valores. Así llegaremos a solucionar a la perfección el problema del dolor propio, de las frustraciones y desdichas. No son suficiente las medicinas y el médico, sino, por encima de todo, una vida interior bien llevada. ¡Y el estímulo de personas que han logrado ser felices en medio de circunstancias adversas! La gracia de Dios para ayudarnos, nunca falta.
José María Lorenzo Amelibia
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