Era yo un niño de diez años, cuando mi vecino, el señor Lorenzo, se encontraba muy enfermo. La ventana de su dormitorio estaba en frente; a seis metros de nuestro balcón.
Nosotros le oíamos toser mucho, y una tarde de otoño el párroco del lugar se acercó a administrarle el viático de forma solemne; le acompañaba un grupo de cincuenta hombres con cirios encendidos. Yo escuchaba desde mi rincón la respiración fatigosa del enfermo; y un par de minutos más tarde, se entreabrió la puerta y apareció el señor cura llevando en su manos el divino envoltorio. La voz sonora de nuestro párroco decía:
- Señor Lorenzo: "... Perdonáis a todos cuantos os han ofendido?" Y se escuchaba una voz entrecortada y débil que decía:
- "Sí; perdono"....
- ¿Y crees que esto que ahora tengo en mis manos es el verdadero cuerpo de Cristo, junto con su sangre, alma y divinidad?
- Sí lo creo; sí lo creo... - afirmaba el enfermo -.
- Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, mas decid un sola palabra y mi alma quedará sana. - Imploraban todos los asistentes -.
Aquel enfermo comulgó por última vez de su vida. Yo me decía entonces, y medio siglo más tarde continúo repitiéndolo: ¡Qué bueno es partir de este mundo, después de perdonar a todos, hacer un acto de fe en la Eucaristía, y traspasar la frontera en compañía de nuestro amigo Jesús que será para nosotros juez de gran misericordia!
Nada tan eficaz contra el demonio en los último momentos como la Comunión llena de fe y confianza. Aquel párroco bueno preparó al enfermo al gran viaje sin retorno. Le enseñó a conversar con Jesús después y antes de comulgar; le animó ofrecerle su vida entera. Cristo reinó en el corazón del enfermo. Y esto deseamos para cada uno de nosotros: que reine Jesús Eucaristía en nuestras almas ahora y por toda la eternidad. Da santa envidia una muerte así.
Hoy muchos se retraen para que sus seres queridos comulguen en peligro de muerte. Es una pena. Ignoran que el viático, recibir a Jesús en los momentos críticos de la existencia, cuando el Señor nos llama, es algo muy grande y camino cierto del Cielo. Animaos a esta costumbre cristiana tan necesaria.
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