¿También habla la Spe salvi de Benedicto XVI del juicio y del purgatorio?

Quien atraviesa con Cristo el valle de la muerte sufrirá el proceso previo a la salvación que consiste en el juicio y en el proceso de purificación. La Encíclica que comentamos, la Spe Salvi de Benedicto XVI, sí afronta el tema del juicio con bastante extensión y claridad. Y también trata el tema del purgatorio, pero con un enfoque especial dentro del encuentro purificador con el Juez Salvador. Por supuesto: queda claro tanto la existencia del purgatorio como la necesidad de la ayuda a los difuntos.

El Juicio ha influido aunque con una presentación lúgubre Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, y, al mismo tiempo, como la esperanza en la justicia de Dios (41). Es de lamentar que en el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha dado después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio (41).
La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza que exige responsabilidad (44)

¿Justicia del hombre o esperanza en la Justicia de Dios?
En la época moderna, la idea del Juicio final se ha desvaído.... Y puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia (42). (Pero) Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir. Existe una justicia que es el argumento esencial en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad de una satisfacción se niega en esta vida, (pero) es un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; (que) sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva (43).

El juicio como esperanza
Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza (43). (Porque) la gracia no excluye la justicia, no convierte la injusticia en derecho (44). El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia como porque es gracia. No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro «abogado», parakletos (cf. 1 Jn 2,1) (47).

En el juicio, todo saldrá a la luz, y por el fuego vendrá la salvación.
¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué otra cosa podría ocurrir? San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios (afirma): lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción...» (3,12-15) (46).

Juicio: recompensa y daño Lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa, mientras que aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. No obstante, él quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego » (3,12-15).(46)

La purificación es necesaria para la salvación.
En todo caso, en este texto se muestra con nitidez que la salvación de los hombres puede tener diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el «fuego» purificador para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno.(46)
Pero esta apertura (a Dios, a la verdad, al amor) se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza”.. “ rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma. ¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante?(46)
En todo caso, en este texto se muestra con nitidez que la salvación de los hombres puede tener diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el « fuego » en primera persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno (46).

El purgatorio y la purificación
Y, en fin, tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente (45).

El purgatorio en el encuentro con el Juez y Salvador Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. ... Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación (47).

Cómo el Juez cura y transforma: el dolor del amor salva
Su mirada, (la del Juez), el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios (47).
En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la «duración» de éste arder que transforma (47).

La ayuda a los difuntos, expresión de la comunión: nadie vive solo ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón? (48). Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia consoladora (48).
Se puede dar a las almas de los difuntos «consuelo y alivio» por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna (48).
La ayuda a los del purgatorio se explica porque...”ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte (48).
Y después del juicio y de la purificación, el encuentro definitivo con Dios, la llega a la meta final, la vida eterna. Tema para el último artículo sobre la Spe Salvi.
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