¿Contra avaricia, justicia? En un mundo de pobres y ricos

Uno de los pecados que más refleja la conducta de un porcentaje menor de la humanidad es la avaricia por la ambición y el consumo excesivo de los bienes materiales. Y, mientras, la mayoría de los pueblos claman por la justicia en el reparto de lo que la naturaleza ofrece para todos. Sí, la avaricia no solamente consiste en el afán desordenado de adquirir y atesorar riquezas por parte de una persona. En el mundo de la globalidad, el afán de poseer de manera incontrolable los bienes materiales, no afecta solamente a individuos concretos sino a grupos políticos, a compañías nacionales o multinacionales, y aún a Naciones sobre otras Naciones y a algún Continente sobre otro Continente.

Además, psicológicamente hablando, la avaricia está presente en muchas esferas de la vida humana: en el mando político (Presidente de un gobierno) o de una familia (patriarcado o matriarcado). En toda situación, la persona avariciosa siempre quiere “ser más que” los otros: mandar sobre otras personas, influir en determinados ambientes, aumentar el prestigio como presidente de una compañía conseguir un bienestar seguro, lograr que tu Nación sea más poderosa que la de sus adversarios…



Psicología de la avaricia


Ante todo concretemos al protagonista de este pecado. Además de la persona concreta, está el conjunto de personas que integran un partido político, una entidad bancaria, el gobierno de la Nación o un organismo internacional. El denominador común es el ambicionar más y más para superar a los contrarios.

Para conocer este pecado atendamos a su lema: “todo lo necesito” y…sin importarle la suerte del prójimo. El dominado por la avaricia convierte en ídolo la riqueza, pero a veces, con mucha más fuerza el poder o la seguridad o el bienestar- A todos les da un valor absoluto y mantiene una dependencia personal o colectiva. Una persona o un grupo con avaricia es el que nunca está contento con lo que tiene, ya que siempre quiere más y más al margen o contra los otros miembros de la familia o la ciudad, o la Nación o el mundo.

Si atendemos al objeto “codiciado”, encontramos su presencia en otras dimensiones de la persona. Ante todo, y como es tradicional, los bienes materiales, tan importantes que definen el concepto de la avaricia. Pero no olvidemos que existe otra clase bienes que pueden interesar a la persona mucho más que el dinero, como es el poder mandar sobre otras personas, el tener capacidad de influir en determinados ambientes, el poseer asegurado el poder como gobernante, el mantener al prestigio-fama ante la sociedad o el mundo entero.

¿Raíz de la avaricia? Radica en una de las aspiraciones mayores del hombre: la expansión, el desarrollo y defensa del futuro, tanto de su persona como el de las personas queridas. Es legítima esta aspiración como elemento esencial de la vida humana. Pero sin excesos, sin quebrantar los derechos ajenos, el precepto del amor y de la solidaridad. Lo inmoral de la avaricia radica en la modalidad, en el exceso tanto en la motivación como en la realización injusta. No siempre la avaricia es contraria a la ética o a la vida cristiana. Como sucede con los padres “que se matan” por asegurar el futuro de sus hijos, o la situación del gobernante que lucha para que su País tenga un desarrollo al menos suficiente, o el esfuerzo del atleta que se sacrifica por obtener reconocimientos mundiales para su Nacióm
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